lunes, 19 de marzo de 2007

Leni ¿por qué?

A mí pocos ídolos me despiertan sentimientos tan encontrados. Poca gente me hace rebotar frenéticamente entre la fascinación y la animadversión. Sólo personajes como Leni Riefenstahl y Diego Maradona me hacen confundir el ademán del aplauso con la mueca del susto. Los héroes despreciables son una raza extrañísima. Y cada quien tiene su selección de dos o tres muy personales.

Leni era guapa y talentosa, comenzó siendo una simple actriz pero con ambiciones. Dicen que la jovencita se atrevía a decir a sus directores cómo mover la cámara, sugería encuadres, brincaba del escenario para asomarse por el visor de la cámara y hacía ajustes al plano. Quiso la mala fortuna que en el año 1932 se topara cara a cara con un tal Adolf Hitler y quedara estremecida ante el rabioso discurso del Führer. La bella cayó prendada a los pies de la bestia y le ofreció sus servicios, y de allí surgió una película tan abominable como importante, tan hermosa estéticamente y tan rica cinematográficamente como obscena en sus planteamientos: “Triumph des Willens” (El triunfo de la voluntad, ya sabemos la de quienes).

Más tarde la Riefenstahl terminaría por asumirse como la cineasta de propaganda del nacional socialismo y dirigió una película en dos partes sobre las Olimpíadas de Berlín: La fiesta de las naciones y La fiesta de la belleza. Son filmes superlativos, aún más hermosos y más patéticos que El triunfo de la voluntad.

Algunos aseguran que la Historia de Occidente acabó con la Segunda Guerra Mundial, que el paradigma de evolución se vio truncado para siempre cuando todas las ciencias y las artes, toda la inteligencia de la humanidad, se puso al servicio de un grandísimo acomplejado, un gritón resentido, un bruto encolerizado con delirios de grandeza y maldrogado con los vapores hediondos de su propio poder. Adorno aseguraba que la modernidad también había muerto en Auschwitz.

Leni fue, sin duda, una de los más grandes cineastas –sin distingo de género- de la historia del cine. Pionera en sus encuadres, sus movimientos de cámara, su don para fotografiar, su genialidad para seguir el movimiento de los cuerpos como nunca antes nadie había imaginado que el cine podía hacer, su frescura para cambiar las velocidades, su tino para hacer comulgar al cine con la ópera, al deporte con la danza. Y uno, al ver que toda esa belleza no estaba sino al servicio del horror, no puede hacer otra cosa que preguntarse: Leni ¿por qué?

Y Leni Riefenstahl, estoy seguro, se pasó el resto de la vida haciéndose la misma pregunta. Se la habrá preguntado muchísimo en sus larguísimos 102 años de vida. Se lo habrá preguntado cada bendito amanecer. Sobre todo cuando decidió en los años sesenta mudarse al África para fotografiar durante millares de días a la tribu Nuba –enamorada y fervorosa ahora de esas pieles negras, de la hermosura especial de las tribus primitivas del Sudán-, o se lo habrá preguntado aún más cuando decidió hacerse fotógrafa de tendencias para aparecer sonriente al lado de Mick Jagger y su esposa Bianca, y se lo habrá preguntado más aún cuando decidió volver a un Sudán infesto por la sangre y la guerra para salvar a sus queridos Nuba y entonces se cayó el helicóptero donde iba y a pesar de la multifractura, a pesar de los 70 años ya a cuestas, sobrevivió después de una convalecencia de meses. Y se lo habrá preguntado también bajo el mar, cuando decidió mentir sobre su edad para que le dieran el certificado de buceo y así poder filmar su película ensayo “Impresiones bajo el agua” (2002) relacionada con la vida submarina, con las posibilidades de una humanidad del futuro que viviera debajo de los océanos en maravillosa y armoniosa convivencia con la fauna submarina. Eso fue lo último que hizo, a los cien, llena de cicatrices y de clavos (los físicos, los emocionales).

Ahora doña Riefenstahl vuelve a asomarse en este mundo -su fantasma ha sido invocado en una curiosa sesión espiritista-, gracias al videoclip de “Cocaine”, una perla de la banda alemana Northern Lite. Si mal no recuerdo el clip está hecho con retazos de “El blanco frenesí” (título que da para muchas acepciones y de toda índole) lo que sería la última película de Leni como actriz. Y donde más se dice que logró seducir al director para que filmara el asunto como a ella le daba la real gana. Justo después de esto conocería a Hitler y ya nada sería igual.

Esa es Leni. La que huye, salta, corre, se desliza, se escabulle. Es atormentada por quienes la quieren cazar, hasta que acaba por adentrarse en un hueco. Así, tragada por la nieve –o por el “blanco frenesí”-, desaparece bajo tierra. Y uno cree entender finalmente porqué.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante,alucinante esta historia de Leni. Creas en el relato un suspenso casi cinematográfico.

EBE dijo...

Preciso, breve y dramático...
Me encantó

Anónimo dijo...

Desde el lado oscuro de la barricada...Leni fue otra que se dijo "Si ahora no, ¿cuándo?"

Cinzia Ricciuti dijo...

Sabes que no estoy tan segura de que el tipo de gente que describes en tu historia se detenga en ese famoso "porque?" que tanto atormenta?
Creo que hay gente que vive mas alla' de cualquier moralidad aunque parezca increible.
Eso puede ser dramatico, diabolico o hermoso, segun el lente con que se mire.
Me gusto' tu blog, voy a seguir pasando por aqui.
Saludos

Roberto Echeto dijo...

Hermano, entre Leni Riefensthal y Mario Silva hay un abismo artístico y un abrazo (in)moral.

La genialidad de Leni es la misma del Dr. Mengele, de Richard Strauss, de Werner Heisenberg, de Albert Speer o de cualquiera de esos jalabolas universales que se dejaron engatusar, acobardar o reducir por el hombre de los bigoticos. De ahí que su obra repugne por muy bella que sea.

Tragarse las barbaridades que apoyaron esos genios a cuenta de que eran genios es una irresponsabilidad.

Al final, yo al único demonio al que respeto es a Hellboy.

Un gran abrazo.

JCZ dijo...

No sé de Leni Riefensthal, más de lo que vi en una oportunidad en un documental acerca de su trabajo en Africa.

Si sólo me quedo con lo que aquí describes, de seguro me estaré un buen tiempo pensando en el personaje reseñado, como un ejemplo a seguir.

Sospecho que si me pongo a hurgar por allí, me voy a encontrar con cosas no tan bonitas.

Quizás me estoy dejando llevar por los antecedentes y las referencias, es posible. Así que por los momentos, me quedaré con la belleza del relato.

Saludos del Lémur

Cristina Muller-Karger dijo...

qué fuerte, José...

Anónimo dijo...

Habría que haber estado en el cuerpo de la hechizante joven para poder saber el por qué.

Leni no entregó todo su ser -más que su arte- en nombre de una creencia ideológica, sino más bien en nombre del amor. No hay que olvidar, además, que el "hombre de los bigoticos" era también un personaje capaz de envolver a la gente lo suficiente como para enceguecer a miles de ellos.

Suena como que estuviera rebajando a Leni hasta el grado de una idiota que se deja manipular por un x con poder -algún parecido con cualquier personaje de la política actual, es pura coincidencia-, pero en el fondo, Leni era una persona extremadamente sensible en todos los aspectos.

Como de costumbre, un placer leerte...

Carlos Eduardo Fuenmayor dijo...

Muy interesante
no sabia nada de ella
preo ya sabré
UN ABRAZO

José M. Ramírez dijo...

El arte, me gusta pensar a veces, permite disfrutar una obra sin tener que soportar a su autor. Desde este punto de vista la estética de Riefensthal es de lo mejor, indudablemente.

Para mi el aprendizaje es doble: aquel que otorga el artefacto estético mismo y aquel que me recuerda que nuestro lado más inteligente es, sin duda alguna, nuestro lado oscuro. Esto se verifica una y otra vez con Riefensthal, Mann, Pound, Heidegger o aquel que encontramos en el espejo del baño a diario.

Creo que se trata de que aprendamos a ser testigos, a ver y convivir con la sombra, porque si la negamos tarde o temprano nos absorberá.