Lo políticamente correcto es el mismo asco de siempre pero disfrazado con otro maquillaje. La misma miseria, el mismo mamarracho y el mismo rencor de toda la vida pero ahora con trajes entallados y bien planchados. Así, por ejemplo, se puede ser racista de corazón, exudar racismo desde los huesos, pero sentirse muy contento y con la conciencia tranquila por llamar a los negros “afrodescendientes”. De la misma forma en que se puede ser un misógino de primera categoría, un machista chauvinista deplorable, pero todo eso se borra o queda minimizado con apenas llenarse la boca hablando de “las féminas, el verdadero sexo fuerte” cada vez que se quiere nombrar a las mujeres que en el fondo tanto se desprecian.
Nosotros los narizones, por nuestra parte, deberíamos exigir que nos denominaran los sentido-olfativo-prominentes, a pesar de que eso no nos haga la rinoplastia ni signifique que a partir de ahora los demás no pensarán “qué tipo tan narizón éste” cada vez que nos miren a la cara. Eso sí, debemos hacer pancartas más anchas para que nos quepa el nuevo término y buscarnos a algún diputado descerebrado (diputado con minusvalía sináptica o diputado con capacidad de sinapsis restringida) que nos ayude a incorporar tan importante ley en la constitución y que de esa forma las exigencias de nuestro gremio de sentido-olfativo-prominentes sean por fin respetadas. Los chiquitos, los enanos, los retacos, los bajitos, los petizos y chaparritos tendrán que hacer lo propio para alcanzar el estatus más elevado de “individuos con constricción centimetral ascendente” (o algo así). Yo les prometo que primero me encargo del tema de los narizones -que me parece crucial- y luego les presto apoyo a los bajitos (gremio en el que tengo muchos afectos y al que perfectamente también me podría suscribir)
En este mundo hipócrita, sobrepoblado y maniatado por los habladores de pistoladas de profesión, lo políticamente correcto es el gran refugio, la trinchera donde cabemos todos para lanzar las mismas bombas de siempre pero envueltas en hermosísimo papel celofán multicolor y con lacitos.
Y como el fútbol se me antoja una metáfora prodigiosa para hablar de tantísimos temas más, sería bueno que nos detuviéramos a pensar en la sombra siniestra que proyecta lo políticamente correcto también sobre el fútbol. Un deporte donde, como en la vida que nos ha tocado, la provocación no es penalizada pero la reacción en contra del provocador sí lo es. Y con saña: con multas, suspensiones, tarjetas rojas, lecciones de dedo alzado que sienten precedente.
Así pues, hace unos años fuimos testigos de cómo el gran Zinedine Zidane fue expulsado de la final de la Copa Mundial del 2006 cuando, hastiado de ser insultado, provocado, amedrentado y fustigado verbal y físicamente por Materazzi decidió –acudiendo a su naturaleza más humana- responderle con un cabezazo al pecho. ¿Por qué el italiano no recibió la misma tarjeta roja? Pues porque vivimos en un mundo políticamente correcto. El mismo mundo signado por lo políticamente correcto donde se ampara a esos provocadores que hacen parrilla en las narices de unos estudiantes que llevan semanas en huelga de hambre y con las bocas cosidas. Responder con una merecida trompada directa a las narices de esos parrilleros de la provocación sería considerado “un acto de intolerancia, de violencia, de agresión, una cosa que exige todo nuestro repudio y el peso contundente de la ley". ¿Y los parrilleros? No, ellos no, ellos tienen derecho a hacer su parrillita donde quieran. Me perdonan pero no me vengan a joder. Tomen su cabezazo que se lo buscaron.
Lo mismo aplica a la sanción que acaba de recibir la Vinotinto luego de los incidentes al finalizar el partido contra Paraguay en las semifinales de la Copa América 2011. No hablaré de si los criollos merecieron ganar, el juego lo vimos todos y absolutamente todos, incluso el más apasionado de los hinchas albirrojos, sabemos lo que allí ocurrió. Paraguay, aun ganando la Copa América, está consciente de que tiene plomo en el ala. Sabe que la mediocridad sigue siendo mediocre por más baños de oro con la que se le pretenda barnizar. Y todos los que alguna vez hemos jugado al fútbol, así sea a nivel colegial, sabemos que en el fútbol hay una regla tácita: celebra tus triunfos pero no vayas jamás a burlarte del contrario. Porque el que se las da de gracioso y viene a echarle a uno en cara su burlita recibirá su merecido. Bien lo recibe en el campo de juego, bien en los vestuarios o se le aplica la clásica de “a la salida nos vemos, cabrón”.
¿Venezuela merece perder el fair play, la suspensión y la multa de 10 mil dólares que le han impuesto? Quizás sí. Pero los provocadores del equipo paraguayo se merecen exactamente pasar por la misma guillotina. Porque en el fútbol -y en muchas otras ocasiones de la vida- hay momentos en los que uno acude a su más profunda y esencial naturaleza humana para hacerse respetar. Primero por la buenas, por la vía del diálogo, por la vía de la conciliación, pero si el provocador insiste en regodearse en la provocación le sale su cabezazo. Y yo aplaudo los cabezazos bien dados. Aunque nos cuesten la roja directa. Nunca los Materazzis del mundo, aunque tengan la Copa Mundial en las vitrinas de sus casas, le llegarán a los talones a Zidane.
Y sí, a mucha honra, se nos sale –como dice una amiga- el Joe Pesci que llevamos por dentro. Sí, en mi caso personal se me alborota la herencia vasca mezclada con llanero, con gocho y con siciliano. Que lo sepan: no nos vengan a provocar porque repartimos coñazos, somos un país de repartidores de coñazos, de los metafóricos y de los que se dan con el puño cerrado también.
Así que muchas gracias a los muchachos de la Vinotinto no sólo por el regalazo que nos han hecho con su fútbol sino también por dejar claro que así respondemos a las agresiones y a las burlitas. Gracias por repartir patadas y coñazos cuando fueron provocados de esa manera tan vil por una pandilla de mediocres que deberían estar apenados por ganar a fuerza de mezquindades y de antifútbol. Hagamos una vaca -como sugiere mi amiga María Beatriz Medina- los fanáticos de Venezuela para pagar la multa. Con todo gusto. Si quieren ponemos algo extra también en el pote para el mentol, las pomadas y los desinflamatorios que la aporreada albirroja necesita.
Gracias, en fin, Vinotinto por acercanos –en el fútbol y en la vida- a Zidane. Se me antoja que inclusive así todo ha sido aún más hermoso.