jueves, 31 de agosto de 2006

Hay cosas que perturban tanto, yo no sé.

Gummo


Yo a Harmony Korine le debo ésta, una de las 10 escenas más perturbadoras del cine en mi ranking personal. En esta "lucha libre contra la silla" de Gummo (1997) me debato entre la risotada y la franca angustia, no tanto por lo que vemos sino más bien por todo eso que no está en el cuadro pero que podemos intuir. Me perturba el relato oculto que podemos armar a partir del detalle en la superficie.

Siempre me ha quedado la duda de cómo filmó Korine esta escena. No sé si su virtud está en haberse hecho invisible con su cámara para poder penetrar en este ritual y hacerse testigo silencioso del episodio. O, tal vez, habrá sido todo lo contrario: fue justamente la presencia de Korine con su cámara el detonante que hizo estallar la realidad en todo su... ¿esplendor?.

lunes, 28 de agosto de 2006

Del Teatro Negro de Praga (y del oscuro presente de estos días).

Llegamos una hora antes y la cola para entrar al teatro ya cruza todo el patio, continúa por el estacionamiento y se pierde hacia la calle. Buhoneros venden juguetes plásticos, lucecillas de colores, linternitas, chucherías de toda calaña. La gente compra de todo. Como si ver en el Teresa Carreño al Teatro Negro de Praga fuera un acto participativo, una cosa donde uno desde el público con sus propias fluorescencias improvisadas estuviera allí para competir con los checos que hacen lo suyo allá sobre el escenario. O como ver a Floricienta en el Poliedro, igualito.

Tenemos que hacer la cola desde la calle, justo al lado del individuo que grita: “¡Se lo cuido bien cuidadito, mi pana! ¡Déjemelo por aquí misme! ¡Más cuidado que adentro, el mío!”. Y va dirigiendo el tránsito como un fiscal que anda en bermudas y gorra de béisbol. La familia de atrás compra maní estilo japonés, luces que al agitarse forman la bandera de Venezuela, binoculares de plástico amarillo. Luego se hartan de las luces y llaman a gritos a otro vendedor ambulante pues les gustaría más una lucecita que tenga rosado y no tanto el tricolor criollo.

Finalmente subimos a la sala. “Se les recuerda que no está permitido ingerir alimentos ni tomar fotografías por ningún medio”. Repiten robóticamente los empleados de suéter rojo. A lo que la gente hace caso omiso. Apenas se voltean y chaz toman fotos, raz, se meten el paquete entero de maní japonés, juaz le entran al chocolate Savoy.

“Se le recuerda al distinguido público mantener apagados sus teléfonos celulares durante toda la función”. Advierte con el engolado tono de costumbre el locutor del Teresa Carreño. Y la gente coloca en silencio el timbre del teléfono, pero lo apagamos dos o tres pendejos, no más.

Bajan las luces y comienza medio teatro a gritar, aullar, a vociferar, a hacer como hombres lobos. Resulta que estamos en la casa del terror que hacían en la escuela y no lo sabíamos (al menos nosotros dos no teníamos idea). Shhhh… mandan a callar algunos, se intensifican los gritos, hay carcajadas. Allá al frente hay unos checos sobre el escenario intentando comenzar la función pero son apabullados por una obra espontánea y estentórea que irrumpe con desparpajo desde el balcón.

Finalmente la gente se calla. Se acuerda cada quien de que ha pagado para ver al Teatro Negro de Praga y no para escuchar los alaridos del mononeural de al lado. Pero entonces irrumpen lucecitas que brillan tanto o más que los muñecos fosforescentes checos sobre la tarima. Resulta que hay 40 celulares en proceso de escribir y recibir mensajitos, un mar de destellos regado por el patio. Mi vecino de butaca a la derecha recibe un mensaje. Se lo lee a la novia a viva voz con el mismo desparpajo de quien comenta una película en DVD desde el sofá de su casa. “Luis Antonio que tiene una caja de birras, que si voy a estar en la casa para que le echemos bola. Yo le dije que esta mierda se acaba como a las 10.30 y que entonces me iba pa´llá”. Lo mando a callar de una manera más bien discreta.

Acaba el primer acto y el vecino comenta, lo suficientemente alto como para poder ser escuchado en una radio de 4 filas: “No joda, esa verga la hago yo con dos linternas… a ver si me aplauden a mí igualito”. Volteo y lo miro con ganas de que mi visión de rayos láser lo vuelva morcilla. Lógica y desafortunadamente fallo. En el intermedio él y su novia deciden intercambiar puestos. Los comentarios de ella resultan aún menos felices.

Se reanuda la función y de nuevo la gente se siente en la casa del terror de la feria del pueblo. “Auuuuuuuhhhhhh” gritan y se ríen y compiten en decibeles con el “Shhhhh” de la otra mitad del teatro. La masa enardecida aún nada que acaba así que los pobres checos tienen que esperar hasta que el público recuerde, una vez más, que pagó para verlos a ellos y no para escucharse a sí mismo.

Al final de la obra la gente aplaude pero ya de espaldas, corriendo hacia la puerta. “Es que la cola que se hace saliendo del estacionamiento es bestial, la pinga, corre”. Se hace un embudo brutal en la entrada de la única escalera mecánica que baja. La gente se apiña, se empuja. En esta ciudad no pasan las cosas graves que deberían pasar porque tenemos un ángel de la guarda arrechísimo. Milagrosamente, como un superhéroe de cómic, el tipo se las ingenia para que siempre nos salvemos de la tragedia por los pelos.

En el estacionamiento, prestos para la huída, cada quien inventa el canal y el sentido que mejor le venga en gana. Se forma un embrollo, un enjambre, una madeja de metal caliente, humo, perfumes dulces. Pasamos horas en el mismo punto. “Es que no dejan salir a nadie hasta que no salga el general y su familia. Sus escoltas tienen detenido el tráfico”.

Apenas logramos salir le pregunto a mi pareja: “¿Qué te pareció, mi flaca?”. Y su respuesta es una daga que destella en medio de la oscuridad y se me clava en la sien: “El teatro negro: sublime. Pero ésta sociedad está, sin duda, en uno de los momentos más grises de su historia”.

jueves, 24 de agosto de 2006

Del Jordi a Arab Strap.

Viviendo –a veces creo que sobreviviendo- en Barcelona me dediqué durante unos buenos meses a ganarme la vida traduciendo al inglés ciertas investigaciones de mercadeo asociadas con la industria farmacológica. En una oportunidad cayó en mis manos una entrevista hecha al director de un centro psiquiátrico de Manresa. El doctor resultó un gran narrador, tenía sentido del humor, así que, aunado a que si tenía las dos horas de entrevista traducidas para el día siguiente me embolsillaba 81 euros, acometí con gusto la tarea.

La entrevista giraba en torno a si el doctor estaría dispuesto a utilizar en su centro psiquiátrico cierto nuevo medicamento X recién introducido al mercado europeo, un poco más caro que los demás, monodosis, incoloro, insaboro, con mayor eficacia, gran seguridad, mínimos efectos secundarios, en presentación líquida, ya probado con éxito en Inglaterra y que se pensaba introducir muy pronto en España. El doctor responde con una negativa. No, ni de casualidad. Y ante la insistencia del entrevistador responde con el siguiente argumento.

“Mire, en el centro psiquiátrico de Manresa que yo dirijo, existe un paciente recluido que se llama el Jordi. Él está convencido de ser la última reencarnación de Jesucristo. El Jordi tiene una auténtica cruzada en contra de los doctores y los medicamentos, a quienes considera, por igual, obras de Satanás. Hace unos meses se nos ocurrió rescatar un estanque muy bonito que teníamos en el patio. Lo limpiamos, lo llenamos de agua y vaciamos en él 200 pecesillos de colores de estos llamados Goldfish. Los pacientes estaban felices y nosotros también: “mira el pecesillo, qué lindo que es, éste se llama Ronaldinho, aquel de más allá se llama Carles Puyol, éste tan simpático se llama Deco” y así, los iban bautizando a los 200 y nos quedábamos horas, ellos y nosotros, contemplando el estanque lleno de peces coloridos.

Hasta que cierto día se nos ocurrió introducir un nuevo medicamento de estos revolucionarios, novísimos, que sabe a agua, que huele a agua, que parece agua, pero que es la leche (lo máximo): para sedarlos pero no tanto, para hacerlos dormir pero no tanto, para que tengan apetito pero no tanto, para que estén despiertos pero no tanto, para que no estén tan agresivos pero tampoco tanto. Estuvimos prescribiendo la medicación durante algunas semanas. No hubo crisis en ese lapso, tampoco hubo grandes mejoras. Sin novedad. Excepto que comenzaron a morirse los peces del estanque.

Nos enteramos con el tiempo de que el Jordi había regado la voz entre todos los pacientes de no tomar de ese agua que venía en vasitos plásticos, que era la nueva forma en que venía presentado el diablo para meterse en sus cuerpos. Que la lanzaran al estanque. Así que los únicos que estuvieron medicados durante semanas con el producto maravilloso y carísimo –igualito al que Ud. me quiere volver a convencer de usar- fueron los goldfish del estanque. Y de los 200 no quedó ni uno”.


Descubro hoy este video de Arab Strap que nunca antes había visto. Vuelve fresca toda la historia de Jordi y los internos del psiquiátrico de Manresa a mi memoria. Llevo rato buscando en mis archivos la traducción al inglés y sueño (ingenuamente, absurdamente) que a lo mejor por una casualidad extrema –eso que llaman la teoría radical del azar- los escoceses de Arab Strap acaso ya la conocían. Incluso antes haber sido escrita.

Arab strap Cherubs

martes, 22 de agosto de 2006

Respuestas insólitas (Capítulo 3: con Richard en ascensor)




Estábamos cubriendo el Festival de Cine de Toronto, por allá por septiembre del 2000. Nos tocaba entrevistar en la suite 428 del Hotel Four Seasons al cineasta argentino Marcelo Piñeyro, quien presentaba su adaptación cinematográfica de la novela “Plata Quemada” de Ricardo Piglia.

Veníamos Emil Guevara (cámara), Richard Hernández (asistente de cámara) y yo (productor) enfrascados en una amena charla alimentada por la resaca causada por los excesos de cierto licor noruego impronunciable y casi imbebible al que nos habíamos sometido con toda responsabilidad la noche anterior. No nos dimos cuenta y nos bajamos en el piso equivocado y cuando quisimos entrar a la supuesta suite 428 nos percatamos de que estábamos tocando a una puerta 20 pisos más abajo de dónde nos esperaba Piñeyro.

Yo: Panas, nos pelamos. Estamos en la 228 y esta vaina es en la 428. Volvamos al ascensor.
Richard: Sí va, papá.

Regresamos al área de ascensores, tocamos el botón de subida y a los pocos segundos se abren las puertas. En el interior del ascensor está el actor Richard Gere con una mujer rubia de unos 50 años que imaginamos es su publicista. Nos quedamos atónitos viéndonos los unos a los otros (es de mal gusto en estos eventos que los periodistas se acerquen a los actores y directores sin tener pautada una entrevista, así que nuestra primera reacción fue no subir al ascensor para esperar al siguiente).

Richard Gere (haciendo señas desde el interior del ascensor): Oh, come on, guys! Don’t be shy! (¡Vengan, chicos, no sean tímidos!)

Nos subimos al ascensor y respetuosamente nos ubicamos al otro extremo de la cabina. Intercambiamos sonrisas de reconocimiento (bueno, nosotros reconocíamos y él sonreía al sentirse reconocido). Me le quedo viendo a Richard Gere, que se me antojó como un roedor gigantesco, como un gran acure plateado o un chigüire canoso, que desprendía una vibra afable, una energía buena-nota de tipo budista al que las cosas le han salido bien porque la naturaleza y la vida lo han consentido.

Y en eso… y aunque Ud. no lo crea… ha sobrevenido un apagón en Toronto. ¡Plaf!, se apagan las luces, se encienden las de emergencia y se para abruptamente el ascensor entre los pisos 32 y 33.

Estamos encerrados en un ascensor con Richard Gere y este cuento mis amigos –y sobre todo mis amigas- no se me lo van a creer jamás aunque les jure por mi papá y mi mamá que sí, coño, que ocurrió tal cual.

Yo (dirigiéndome a gritos a Richard -al de apellido Hernández, el panita de Guarenas-): ¡Richard, güevón, la alarma, toca la alarma!
Y me responde Richard (pero el que se apellida Gere, actor, el de Beverly Hills): Ah, sí, la alarma muchacho, oh, en español, clarro la alarm (y hace gesto tipo piloto con el dedo pulgar hacia arriba mientras con la otra mano toca el botón rojo de la alarma sobre el tablero).

Nos reímos. Mucho. Tanto que no pude encontrar la manera de explicarle a Richard Gere -mientras volvía la luz y el ascensor nos llevaba al piso 40- que yo no le estaba hablando a él, sino al otro Richard.

Me bajé del ascensor más muerto de la pena que de la risa. Richard Gere quedó atrás, se despidió con la mano y desapareció tras las puertas metálicas.

- ¡Qué bolas, papá, ese tipo es bulda e’ famoso! ¿Cómo es que se llama ése? –comenta Richard, el de Guarenas.

viernes, 18 de agosto de 2006

Rebelde tatú


La puerta de la casa de mi hermano, Héctor, está abierta de par en par. Atravieso el jardín y miro con desdén unas estatuas espantosas de piedra en las que nunca antes había reparado. Llamo desde la entrada, nadie contesta. Vuelvo a gritar desde el pie de la escalera, silencio de nuevo. Subo hasta su habitación. Lo encuentro de espaldas a la puerta, sentado sin camisa, con la mirada clavada en el monitor apagado de la computadora.

-Ya llegué, Héctor, ¿qué te pasa, hermano? – digo a manera de saludo.
- Se rebelaron, J. No se sabe cuándo ni por qué; pero la rebelión ya comenzó –responde sin dignarse a voltear.
-¿Se rebelaron quiénes?
-Los tatuajes. Se salieron de control. Se despertaron. Se cansaron de ser tinta bajo la piel y ahora se están convirtiendo en otra cosa.
-No sé de qué me hablas- y, cosa absurda, me reviso la piel en busca de los tatuajes que nunca he tenido.
-Claro, tú no los tienes. Por eso no has notado que ya no están, no has sentido lo que hacen cuando se rebelan- Y a Héctor se le llenan los ojos de lágrimas, sobre el reflejo oscuro de la pantalla al que ya empiezo a acostumbrarme.
-¿Y qué es lo que hacen?
-Eso depende del tatuaje. A Mariela, por ejemplo, la salamandra de la espalda se le deslizó hasta una oreja y luego se le escurrió por el agujero. Le empezaron unos dolores de cabeza terribles, la internaron y le hicieron una tomografía: la salamandra le está incubando los huevos en el oído interno. A Pablo, que tenía una corona de espinas tatuada en el antebrazo, se lo tuvieron que amputar, se le transformó en una de acero que le mordió la carne y no hubo manera de soltársela, sino cortándola con brazo y todo. A Viviana, aquella morena del culo espectacular con la que estuve saliendo (con su rosita tatuada sobre la nalga izquierda) le crecieron raíces hacia adentro, un rosal completo le nació bajo el intestino y hasta un tallo la atravesó de lado a lado; y ahora está en terapia intensiva, se le infectaron las heridas por las espinas. A Miguel, el vecino imbécil, físicoculturista, aquél que se tatuó un demonio de Tasmania para que se le vieran los abdominales perfectos, se le convirtió el animal en uno de carne y hueso y lo atacó a dentellada limpia allí abajo en el vientre… y no le dejó nada, J. Nada… Y a la flaca Marta, con su tatuaje de corazón tan bonito allí sobre el pecho izquierdo, se le hizo real el segundo y no aguantó la doble irrigación, reventó ayer de una hemorragia masiva.

Me le quedo viendo la nuca a Héctor. Su respiración nerviosa, atropellada, que va empañando el monitor apagado donde tiene la vista clavada. Y entonces reparo en el detalle: la espalda limpia, descamisada.

-Héctor… ¿y dónde está la Medusa enorme, tamaño natural, que te hiciste dibujar en la espalda y que ya no está?
-Precisamente, J… La estoy viendo en el reflejo en este momento. Se los llevó ya a todos, quedamos solamente nosotros. No vayas a voltear ahorita, está justo detrás de ti.

jueves, 17 de agosto de 2006

La Jetée (1962)

La Jetée


El trailer de la película de 28 minutos hecha por Chirs Marker. Una joya de la ciencia ficción (cosa que se empeñan en desmentir la mayoría de los sesudos intelectuales y críticos a quienes el término ciencia ficción les da aún piquiña) que luego serviría de inspiración a Terry Gilliam para hacer Twelve Monkeys.

Un hombre es enviado desde el futuro a descubrir cómo se exterminó la raza humana, varias veces viaja a través del tiempo a esos instantes que preceden al momento en que se desata la debacle. Él, más que hallar las causas de la catástrofe, encuentra a una mujer de la cual se enamora. Y ese es el único motivo real que lo hace viajar del futuro al pasado, del pasado al futuro, de un apocalipsis al otro. Una y otra vez.

Sí, tuvo, tiene y seguirá teniendo razón Chris Marker, a veces esas cosas pasan.

lunes, 14 de agosto de 2006

Respuestas insólitas (Capítulo 2: Katerina… en taxi)

Estábamos en una fiesta cerca del Arco del Triunfo, en Passeig Sant Joan. Una azotea alucinante de un edificio de la Barcelona modernista. Demasiado borrachos y felices como para reparar en la hora. Son pasadas las 12 de la noche, un martes, ya no hay metro y el autobús nocturno funciona a partir de las 2. Los dueños de casa, a pesar de ser unos anfitriones de primera, están disimulando los bostezos y comienzan a acurrucarse en el sofá. Es hora de irse.

Le pregunto a Katerina, la chica con quien he estado parloteando casi toda la noche en una charla que progresivamente se va haciendo más abstracta, más gutural, más incoherente.

Yo (intentando modular): ¿…y dónde vives tú?
Ella (redimensionando de un golpe toda las nociones espaciotemporales): A 5 euros de aquí… (y agrega como si con eso quedara todo clarísimo) …en taxi.

Me quedé en blanco, por un momento sentí que me emborraché el doble y en el segundo siguiente ya estaba absolutamente sobrio. Di la charla y la noche por concluidas. Me despedí con un gesto de manos.

Me fui a casa. 15 minutos… a pie.


viernes, 11 de agosto de 2006

Mejor por teléfono

Inspirado en "I Wait For You (by the telephone)" de Figurine

Primera llamada. Ella está sola en casa, como siempre. Repica el teléfono. Atiende. Número equivocado. Él no sabe a dónde llama. Ni a quién.

Día siguiente, misma hora, segunda llamada.

- Hola
- Hola
- Qué bueno escuchar tu voz de nuevo… te he extrañado.
- Y yo a ti
- ¿Me llamas de nuevo mañana?
- Por supuesto.
- Vale. Adiós.
- Adiós.

Repetirán el mismo parlamento, idéntico, a la misma hora, todos los días por el resto de sus vidas. Ni una palabra más, ni una menos. Sin atreverse jamás a cruzar la línea de seguridad. Sin asomar siquiera la idea de quedar, de conocerse.

No fuera cosa que se arruinara todo eso que se perdieron.

Tarea

Y entonces la maestra dijo, para el regocijo de la muchachada, "Bueno, está bien... al final pueden hacer un dibujo libre".

www.jacksonpollock.org
haz click sobre este enlace para que puedas hacer la tarea.

martes, 8 de agosto de 2006

Tan linda... a veces


You're so cute when you're frustrated, dear
Yeah, you're so cute when you're sedated, oh dear.

Interpol, "PDA"

jueves, 3 de agosto de 2006

Respuestas Insólitas (Capítulo I: David Lynch):

David Lynch durante Cannes 2001

Solía yo, hace unos años, cubrir festivales de cine y durante cinco minutos inolvidables me tocó sentarme en una silla frente a frente con uno de mis semidioses particulares: el gran David Lynch, quien presentaba en Cannes 2001 su Mulholland Drive. Detrás de Lynch había un sujeto -bermudas rosadas, cola de caballo, armado de un cronómetro, cara de nazi- que me indicaba con los dedos el tiempo restante de la entrevista. El tipo me hace señas de que queda un minuto y cortamos. Tiempo para la última pregunta.

Yo: Sr. Lynch… es mi última pregunta… le propongo un pequeño juego: supongamos que estamos en el año 2060…
Lynch (interrumpiéndome y con expresión cándida): Oh… estoy entonces muy muy viejo.
Yo (apenado): No… se supone que ya Ud. está muerto.
Lynch (suspirando): Oh, ahora estoy muy triste.

Nos reímos.
Cola de caballo indignado hace gesto de cortar inmediatamente ya. Que quedan menos de 10 segundos.

Yo (apresurado por acabar la pregunta): ¿Cómo le gustaría en ese futuro distante que la gente lo recordase?
Lynch (alisándose el copete enorme, cual vela de un buque escuela, mirando al infinito con solemnidad): Como el director de cine más apuesto de la historia.

Y nos reímos aún más.