martes, 9 de octubre de 2007

De Piglia y de Caracas


Lo vi sentado solo, al fondo del auditorio. Vestido de negro, hundido en la butaca, delatado apenas por un destello de reflectores sobre los cristales de sus anteojos. Me armé de valor, superé mi timidez crónica, saqué mentalmente el cálculo de cuánto podía hacer el ridículo si me le acercaba para estrecharle la mano y hablarle. La ecuación tenía varias raíces cúbicas y paréntesis donde el límite de X tendía al infinito, el resultado del despeje daba positivo: iba a hacer el ridículo. Y sin embargo, a pesar de todo, subí hasta donde estaba Ricardo Piglia y le saludé.

Se levantó de su asiento como quien saluda a un viejo amigo y yo pensé “mierda, me confundió con otra persona”. Me le presenté con torpeza, y no era para menos, tenía enfrente a uno de los escritores a quién he leído con mayor devoción en la vida. A los pocos segundos Piglia hizo un par de chistes de esos que rompen el hielo, charlamos sobre su novela “La ciudad ausente”, sobre la ciencia ficción latinoamericana, de Philip K. Dick: “leéte a Philip Dick, allí está todo”, insistía. Me dio su correo electrónico para seguir en contacto y hasta me deletreó cómo se escribía Princeton.

La ponencia de Piglia me pareció conmovedora. Hubo un segmento en el que habló acerca de los libros que nos transforman la vida. Él sostiene que esos libros los reconocemos porque somos capaces de rememorar puntualmente el instante cuando los leímos. Que se nos queda fijada en la memoria esa luz, ese lugar, el momento justo en que por primera vez tuvimos ese libro entre las manos. Y que al terminar de leerlos ya nosotros somos otros.

Apenas Piglia cerró su intervención me tuve que ir corriendo pues tenía una reunión de trabajo. Salía de ese auditorio radiante, con un correo electrónico que valía un imperio, con la satisfacción fresca de quince minutos imborrables en los que de casualidad abracé a ese hombre. Venía contento, con el cielo limpio, la brisa en la cara de una tarde espectacular, el acento de Ricardo Piglia y sus consejos aún frescos. Me detuve junto al obelisco de la Plaza Altamira y me quedé mirando a los andamios que montaban para un concierto esa noche. Me dieron ganas de tener una cámara a mano para fotografiar ese instante. “Qué bien, Caracas, hoy es día de Piglia y de conciertos, todo en menos de cien metros”.

Y en eso, en pleno delirio pacifista, escucho gritos: “¡Agárrenlo, agarren a ese coñoesumadre!”. Y me doy cuenta de que se vienen corriendo hacia mí diez tipos y de los andamios se bajan a toda velocidad diez más y se ha formado en la mitad de la plaza, conmigo en el medio, una batalla campal. Una coñaza colectiva que afortunadamente se limitaba a puños, patadas, gruñidos, mordiscos. Llegan dos motorizados de la Policía de Chacao y con sus sirenas dispersan a los tumultuosos, excepto dos que insisten en triturarse la cabeza contra el concreto. Cada policía se hace cargo de uno de los contendientes. El primero prefiere dejar la historia hasta allí, el otro no, está demasiado alebrestado. Saca un brazo por encima de las cabezas y con el dedo tieso amenaza muy cerca del rostro a su rival:

-Te veo en la morgue, bichito.

Yo sigo mi camino, dejando la escena atrás pero con la frase clavada en la cabeza y el pecho. “Te veo en la morgue”. Convencido de que Piglia –que sigue a cien metros pero que ahora me parecen un millón de años luz- jamás ha escuchado una amenaza similar. Imagino que no, o estaría escribiendo de otras cosas.

13 comentarios:

Anónimo dijo...

Maravilloso: elaboration of a profound concept.

Cinzia Ricciuti dijo...

"te veo en la morgue" es una frase poderosa, me imagino a los dos contrincantes tendidos en sus camillas con la etiqueta en el pie y mirandose de medio lado. Aunque quizas el que profirio' la frase nunca se imagino' muerto el mismo, quien sabe.

Bien se dice que Caracas es ciudad de contrastes.

Que bueno que no te decepcionaste con el hombre que esta' detras del escritor Piglia.

Lo humano se impone en sus limites en este relato(lo sublime y lo sordido).
A pesar de todo estoy contenta por ti.
Un abrazo
Cinzia

Anónimo dijo...

Relato impactante; son dos aspectos tan contradictorios de nuestra ciudad, y vividos por ti ,en tan corto tiempo.Me encanta lo gráfico e interesante de tu descripción .

Unknown dijo...

que barbaro como se pasa de rostros de viento a rostros de la morgue en tan sólo una cuadra

IERL dijo...

Así es aquí. Abrazo,

Maria D. Torres dijo...

Venderán apartamentos en la morgue? Parece que casi todos vamos a terminar allá.
Qué triste!

Anónimo dijo...

Supongo que también la violencia encierra un dejo de poesía...ruda, soez y lascerante; pero la muerte, con sus intringulis, tiene un aura que si es bien contada; puede dejar un dulzor en los labios.
BEA
PD:Sugerencia. Nunca salgas sin tu cámara; los momentos de timidez hay que dejarlos en el closet, no debiendo desperdiciar el "paparazzi" escondido que llevamos dentro.

Carlos Eduardo Fuenmayor dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Carlos Eduardo Fuenmayor dijo...

Siempre es asi
Hay algo que te saca del paraiso
o te lo niega
UN FUERTE ABRAZO

Anónimo dijo...

Feliz viaje. Espero las narraciones de tus experiencias por la tierra del tango. Como buen comunicador no olvides tu cuaderno de notas, para el disfrute de tus bloggers .TQM SMCdeU

Unknown dijo...

Y yo ese día pude haber ido con ustedes, pero no, yo siempre estoy como en el viento, como en otra parte y cuando me decido a ir a un lugar, se cierran la puertas, las ventanas, se pierden las llaves y aparecen fantasmas. Por supuesto que nadie me cree la excusa, pero suele ser así. Espero que otro día que te vea con Cybele y con Nathali, con intensiones de ir algún sitio, espero poder ir con ustedes -aunque de alguna manera, siempre estoy con ustedes, compartiendo el almuerzo- y eso es bastante, la cotidianidad.
un abrazo,
Cynthia

Arturo Serrano dijo...

Una vez, cuando era muy chamo, iba saliendo del ascensor de la Clínica La Floresta cuando vi a Gabriel García Márquez. Se dirigía hacia el ascensor, así que regresé y compartimos el ascensor por unos dos minutos. No lo podía creer. Uno de los momentos que más he disfrutado en mi vida.
Una vez escuché a García Márquez contando que vio de lejos a Hemingway en París y solo atinó a gritarle "¡Maestro!".
Yo ni a eso atiné. Mejor, seguro que hubiese dicho una estupidez.

Adry dijo...

Lo bueno de los grandes momentos, es que ni Caracas, con sus tumultos y rarezas, podrá arrebatártelos. Allí sigue Pligia, allí sigues tu...