miércoles, 16 de julio de 2008

Licencia para entristecer


A mí me preocupan un montón esas personas que siempre están demasiado bien. Que no acaban de escuchar la pregunta: ¿Y tú qué tal..? porque inmediatamente se les abre un grifo, se les activa un botón, te responden con un salto, un disparo, un grito, una carcajada bien ensayada: buenísimo espectacular lo máximo arrechísimo mejor que nunca súper non plus ultra pirotécnico efervescente. Y mientras haces equilibro para que ese alud -tan festivo como plástico- no te despeine tú vas pensando: “Ay, coño, aquí hay algo mal. Realmente mal”. Sospecho de la gente que permanentemente está recontrabien.

Claro, la gente que vive inmersa en un melodrama también es un fastidio. Uno tampoco tiene derecho a andar por allí soltándole al primer pendejo que te pregunta cómo estás un saco de pesares para que te ayude a soportar la carga y además pretendas que se solidarice con tu autocompasión. Pero los deprimidos-a-juro a fuerza de boberías no son preocupantes, son aburridos. Eso no los hace ni mejores ni peores que los sobrerevolucionados, simplemente son distintos.

Le escuché a un psicólogo decir que en cada familia, en cada hogar, hay un sentimiento que está prohibido mientras se da a los miembros del clan licencia para exteriorizar todos los demás. Así pues, hay casas donde la rabia no tiene asiento en el sofá. Si usted va a pegar un grito, a mentar la madre, a dar un golpe en la mesa o sobre la nariz de su hermano, o a decir una barbaridad que atente contra lo que su abuelita llamaba “ser gente decente”, se le activa una suerte de regulador interno, una especie de dimmer emocional, que le obliga a tragar grueso, a enterrar la cabeza en el plato y progresivamente sentirá que un hongo atómico a escala se le arma entre el estómago y el esófago hasta que él solito se difumina y al rato, una vez más, aquí no ha pasado nada. Si hablamos de bloquear la alegría citaré a un amigo que se fue de intercambio a Inglaterra un año y cayó en el seno de una flemática familia londinense. El tipo, cada vez que intentaba hacer una broma a sus padres adoptivos, escuchaba por toda respuesta “I’m sorry, It is not exactly my cup of tea” (Lo siento, no es exactamente mi taza de té). Es quizá la manera más pluscuancorrecta que hay de decirle a alguien: “No fastidies, aquí no nos da risa nada”. Me he asomado en familias donde decirle a alguien “te quiero”, “qué bonita que estás”, “ven acá para darte un beso”, “hazme cosquillas en la espalda” y cosas afines pertenecen a la categoría: mariconadas de gente ridícula que aquí no se hacen ni queremos. Y finalmente están las casas que tienen prohibida la tristeza, que cuando se les muere alguien se compran un equipo de sonido más grande y otra caja de whisky, o salen a buscarse otra pareja más joven y guapa, se rumbean los duelos como quien festeja una boda, matan a una ternera, se rodean de amigotes, se gastan los tres reales que les quedaron luego de la separación contratando a una agencia de esas que organizan fiestas para celebrarte el divorcio. Lo que sea ¡Pero en esta casa no se llora, no joda!

Últimamente parece haber un acuerdo tácito y colectivo, acaso una tendencia masiva, para abochornarse de la tristeza. Reconocer que uno está triste, o ha estado triste, es una cosa molesta y denigrante como si uno dijera: “a mí lo que me más gusta es meter cachorritos cinco minutos en el microondas”. La gente mira al tristible (dícese de aquel susceptible a la tristeza) con cara de “pobre enfermo” y huyen en busca de alguien con quien puedan competir para ver quién es más felicísimo.

En los tiempos de la música punk, cuando los Sex Pistols eran los nuevos reyes del asco y la furia, surgieron al poco tiempo los darkies y la crítica musical los asumió como brigadas rivales. Una élite oscura que se levantaba en contra de los destellos cegadores de los punkies. Pero no eran tribus confrontadas, eran más bien primos distanciados. Aquello mismo que llenaba a los punkies de rabia, asco y ruido llenaba de dolor, tristeza y melancolía a los otros. Eran producto de la misma alergia, sólo que somatizada con síntomas distintos. Aquello que a algunos produce una indignación de infarto a otros les siembra una pulmonía lenta.

Yo, en lo personal, le debo mucho a la música convertida en furia; pero le debo más aún a quienes se han nutrido de la tristeza y han hecho de esa sustancia extraña algo hermoso para el oído.

No sé, será que me huele más a verdad.


“The Rip” de Portishead, que tenían 11 años acumulando tristezas para poder hacer su tercer disco. La pasaron terrible, menos mal.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

te quiero un poco

Lena yau dijo...

Me has metido la cabeza íntegra en un cubo lleno de venezolanidad...jajajaja...esto del duelo con la ternera y el equipo de música es deamsiado...
Y la catarata prozac, acompañada de palabras como espectacular...jajaja...la pude ver y oír....

Gracias por eso...me he carcajeado de lo lindo!

(Tenemos terror a los sentimientos..en mi familia no, son armas arrojadizas, no se filtran, lo cual puede ser peligroso, muy divertido o esquizo!)

Yo también te quiero un poco
(Si el anónimo que me precede me lo permite)

Y es que se quiere un poco a los inteligentes, al los que tienen sentido del humor, a los que viven la música, a los tristes, a los alegres, y a los que tienen amigos batuqueados por una langosta.

Se quiere a quien nos da para desayunar risas y sonrisas...

Un besazo José!

Y enhorabuena por lo del programa de radio..recerden avisarme si puedo escucharlo via internet!

Anónimo dijo...

Jose: Con mucha tristeza, con mucha rabia o con mucha alegría , lo que si estoy totalmente segura, es que me encanta lo que escribes y la música que escuchas.¡Gracias!, Sofía Giusti.

Anónimo dijo...

Mientras leía tu blog siempre tuve la intuición de que Portishead podía gustarte, que bonita sorpresa tener la certeza de que es así, y que coincidas con mi manera de sentirlos.
Gracias

SUSANA FUNES dijo...

Hola!
Te he seguido la pista por los Hermanos Chang; por Fedosy y otros relacionados he sabido de ti, pero no sé por qué no había visitado nunca tu blog.
He leído varias notas, muchas de un tirón. Me he quedado enganchada, no sólo por los temas -como éste o el de la impertinencia, no sabes de qué manera me he sentido identificada-, sino especialmente por la buena escritura, el ritmo...
Haces que todo me resulta interesante, profundo y ameno.
Ahora estaré siempre pendiente de tus entregas, y a la orden en mi blog.
Salud!

El Público dijo...

Me agrada, una gran sorpresa.
Ahora que he tenido un poco de tiempo he leído un par de entradas de tu blog y está muy bien, quizás, el único problema es que me hace cada vez esperar algo más de tu prosa, me vuelvo más exigente. Me imagino sin embargo que por este medio no vas a mostrar mucho más. Rectificame si estoy equivocado.

Yendo un poco al tema del último post, "en todas partes se cuecen habas", ya que, si bien en Chile somos bastante "apagados", ocurren cosas parecidas. De hecho, cuando se saludan funciona más o menos así:
-Hola ¿Cómo estás?
-Bien ¿y tú?
-Bien, gracias
Cierto, no hay gran emoción en el asunto, y sin embargo pueden decirte esto con cara de funeral mal llevado o con cara de "el gran amor de mi vida me ha dejado para irse con mi hermana" (aún no me ha pasado, pero debe ser porque no tengo hermana).
Aquí se me ocurrió variar y contestar al primer saludo un "mal, gracias", respondiendo con una sincera sonrisa. Tanto es el alboroto que causaba la respuesta que me llegaron a decir "Daniel, por qué siempre andas tan mal", a lo que yo contestaba con otra sonrisa.
Por otro lado, en Chile, sobre todo en la capital, lo que está prohibido es la risa en los ámbitos formales, incluso habiendo motivos por los cuales reírse. Si ven por ahí la cara de una Santiaguino (de Chile, claro), la confundurán de inmediato con la de un perro con rabia o con distemper (moquillo). Aquí cabría bien la frase que leí por ahí una vez: "olvidese del perro, el que muerde es el dueño". O en clases cuando niño que me decían "la risa abunda en la boca de los tontos", a lo que a mi se me ocurrió responder alguna vez "prefiero ser un tonto feliz que un profe amargado". Mala idea

Anónimo dijo...

Hola, de vez en cuando te leo...aunque jamás te haya comentado nada...felicidades por tu cabeza, por tu capacidad de transmitir sentimientos y fascinar.
Sobre tu Licencia para entristecer...la tristeza, la rabía, el amor ...¿a caso no son cómo las octavas de un instrumento?...nos movemos entre graves, o afinamos los agudos, interpretamos desafinado, como quiebro. Sentir algunas cosas requiere también de entrenamiento, uno no puede volverse un cachondo en 2 días y no todas las penas suenan reales, hay mil tonalidades de azul ...mil regristos para el mismo desazón.
Portishead siguen ahí, y tu también, me alegro por como ambos interpretáis.
Besos!

Anónimo dijo...

saludos desde argentina!.. increible como escribis, creo que ya ha dejado de ser envidia sana.. je.. felicitaciones, en serio.. Lo unico para criticarte, es que no me puedo despegar de tu blog, siendo que tendria que estar estudiando! ja.. suerte!

Tristan

Anónimo dijo...

Nada.No me canso nada.