miércoles, 10 de agosto de 2011

Fe de ratas

Sostienen algunos artículos en diarios digitales –quiero pensar que amarillistas- que en ciertas ciudades del mundo como París, Tokio y Madrid la población de ratas urbanas triplica a la de ciudadanos. Y que en algunos edificios y plazas del Bronx, la proporción de estos roedores con respecto a los habitantes del barrio es de 12 a 1. Cosa que hace pensar que este mundo no se lo llevará el diablo ni quien lo trajo –como tanto dicen-, sino que se lo llevarán a lomo las ratas.

Recuerdo tres episodios con ratas:

I: Una vez estaba en la puerta del edificio donde trabajaba en La Urbina, en Caracas, junto con unos colegas y el chiste estuvo bueno. Muy bueno. De esos que te pones la mano sobre la barriga y el cuerpo por propia voluntad se te dobla hacia adelante y en la carcajada acabas mirando al suelo. Yo quedé con la vista fija en una alcantarilla y en eso vi, al otro lado, una escena que me borró la risotada. Dos ratas se batían a dentellada limpia, con las colas entrelazadas y los dientes hincados al cuello. Todo eso justo debajo de nuestros pies.

Hoy día, cada vez que alguien me menciona ese edificio de La Urbina, inevitablemente la imagen interior que se me proyecta en la cabeza viene asociada con esas ratas en duelo.

II: Hace unos años solía irme, las mañanas con sol, a la última playa de Barcelona. La de Nueva Mar Bella. Y me sentaba sobre las rocas del fondo, con los audífonos a todo vatio, a ver el Mediterráneo. Un día, en medio de la contemplación, se me cayó algo y cuando lo fui a recoger sentí un movimiento que me hizo retirar la mano del hueco donde la tenía encajada entre las piedras: una rata enorme, del tamaño de mi brazo –lo juro-, se estaba comiendo los restos de una paella en papel de aluminio que alguien había dejado allí.

Si por alguna casualidad algún biólogo marino o un zoólogo llegan a leer estas líneas, por favor aclárenme si existe algo llamado “Rata de agua catalana”. Tiene que ser una de las especies más grandes del planeta. Ya lo saben, en Nueva Mar Bella, en las rocas que flanquean la última playa, cerca de donde la gente pesca, suban por la mitad del montículo, avancen quince pasos, justo allí donde las rocas bajan y te empiezan a salpicar las olas. Allí. Además de enormes, estoy seguro, tienen que ser anfibias. Son ratas con pez globo. O con aguja. O un híbrido así.

III: Hoy día, cuando el tiempo me lo permite, me gusta darme una caminata por el parque Bosques de Chapultepec en Ciudad de México. Y allí hay un lugar, a orillas del lago, donde se puede mirar una de las vistas más bonitas de la ciudad. Justo en ese spot estaba parado hace poco, tomando una foto del paisaje, con ese lago verde enmarcado entre los árboles y los edificios al fondo, cuando algo a toda carrera me rozó los pies. Bajé la vista pensando que se trataba de una ardillita de esas que se acercan a ver si uno les deja caer algo, pero me equivocaba de roedor: lo que iba allá era una rata. Una rata con sarna o con eczemas, con pelones sanguinolentos que le manchaban aquí y allá su pelo gris rata.

Ya todos sabemos que la humanidad entera se divide en cat persons (los afectos a los felinos) y dog persons (los que prefieren los perros). A quienes no les gustan perros ni gatos caerían en la categoría el resto (o mejor en las estadísticas del No sabe, no contesta). Pero como esta entrada va de ratas yo he estado pensando estos días es en las rat persons. Porque hay gente, entre quienes me incluyo, a quienes las ratas les dan asco –asco es un eufemismo para decir miedo- y hay personas a quienes las ratas les producen absoluta indiferencia o incluso simpatía. Pero lo que más curiosidad me despierta en todo este tema es averiguar cómo la gente da fe de las ratas que se le cruzan por la vida. Las maneras en que contamos los episodios de ratas.

Existen los épicos: Yo estaba en la playa de Nueva Mar Bella y apareció una rata de éste tamaño, entonces encontré un palo de escoba que había traído el mar, corrí hacia el animal, en el camino salvé a dos niños que estaban a punto de ser mordidos, los lancé a los brazos de sus madres en pánico, le pegué tres palazos a la rata y la dejé descabezada sobre la arena, los bañistas me aplaudieron y tuve que besar a la guapa del bikini morado que me pidió que le diera un hijo. Y bueno, creo que sí, me lo estoy pensando.

Existen los optimistas para quiénes la rata no es parte de la foto. Recuerdan el chiste que estaba buenísimo, se anclan en esa imagen romántica de sí mismos sentados sobre las rocas en una mañana fría pero con sol. Atesoran los recuerdos de ese lugar cerca del lago donde ser mira a México entre las ramas de los sauces llorones. Pero la rata no aparece. Ha sido borrada con photoshop. La memoria la ha filtrado porque una cosa tan gris y tan asquerosa no tiene derecho a formar parte del recuerdo. Las ratas nunca estuvieron allí. Punto.

Existen los trágicos que sólo hacen foco en la rata. Y que siempre tienen un amigo o un primo a quien lo mordió una rata. Sí, por andar caminando entre las rocas de la playa o caminando por el parque o riéndose de un chiste. Y se le infectó esa vaina. Y le tuvieron que cortar una pierna. Y todos pensábamos que ya con eso estaba arreglado. Pero no. El tipo ahora está en coma porque se le subió una enfermedad que sólo transmiten las ratas al cerebro. Y nada, ahí lo tienen entubado hasta que la medicina evolucione lo suficiente como para despertarlo. Y quién sabe qué es lo que se va a despertar, porque ése ya no es él. Así que mosca con los paseítos por la playa y por los parques, esos sitios están cundidos de ratas y son peligrosísimos.

Y existen los narradores de ratas reflexivos, los que te cuentan que se fueron a la playa o al parque y allí, contemplando aquella cosa prodigiosa, pensaron en tal cosa y en la otra y la conectaron con lo de más allá y les cayó la locha y entendieron por fin, que mi vida es un desastre y yo nunca serviré para nada porque por eso fue que me porté tan mal con fulano y se me fue al carajo la relación con fulana y me dio también una nostalgia brutal porque me acordé de mi vieja que siempre me lo había advertido… y coño, mi pana, en ese momento, justo en medio de toda esa reflexión fabulosa en la que yo estaba descubriéndole el sentido a la vida, sentí que algo se movió, ¡y era una rata, güevón, una vaina así, parecía un chigüire!

8 comentarios:

Adriana dijo...

Recuerdo el pánico que se apoderó de los vecinos en el edificio de mi abuela hace muchos años cuando la población de ratas aumentó a la loca. Incluso recuerdo que algunos de los cuentos afirmaban que las ratas entraban hasta por las pocetas. Hablando de ratas anfibias... y de realismo mágico y exageraciones. Seguro que esas también parecían chiguires :)

Roberto dijo...

Buenísimo, José. Con el final me doblé de las risas, la comparación con el chigüire es un clásico.
Y por supuesto me hiciste recordar mis historias personales con ratas, como cuando las matábamos a escobazos en mi casa (encaramado en una silla, eso sí)
Un abrazo.

Zulma dijo...

Quien no tiene un cuento de ratas! yo tengo varios, pero el mejor fue cuando en un restaurant muy famoso de la Ave Solano,llamado Da Sandra, cuando se podía ir por esos lados a comer,estaba en una mesa con compañeros de trabajo y el techo se comenzó a partir y caer en pedazos junto con 8 ratas que parecían conejos y los mesoneros las perseguían y los comenzales gritaban y huían despavoridos y la gente se fue sin pagar la cuenta y fue la cosa más aterradora que se puedan imaginar. Yo no me podía bajar de la mesa y como pude salimos corriendo. En ese restaurant, que por cierto estaba super de moda, después que las ratas se volvieron a esconder, los mesoneros siguieron trabajando, como si nada. Qué cosa con las ratas, de verdad! Muy buenos tus cuentos y como siempre la manera como los relatas.

Ana dijo...

Al parecer formo parte de los optimistas porque no logro recordar ninguna anécdota con ratas, a pesar de que me metí a comentar alguna, segurísima de que las tengo... después de todo la proporción. Pero mira tú cómo viene uno a descubrir que por lo menos en lo que a la fe de ratas se refiere uno es un optimista perdido. Vaya esa errata para mi bio.

Señorita Cometa dijo...

aaaaaaaaaaaaascoooooooooooooooooooooooo!!! las odio a todas y todas parecen chigüires y se me prarn los pelos al leerte aunque me muera de la risa ;)

Anónimo dijo...

Jose: Yo , como que prefiero ver ratas "chigüires" y no culebras y alacranes como los que bajan del cerro y entran a mi cocina, ja,ja. Cuéntanos las bellezas de la vista de Chapultepec y no sus ratas,ja,ja. Muy bueno tu cuento, deberiamos pagarte viajes para que nos cuuentes tus experiencias, y asi nos alegras la vida, a los que no podemos viajar con frecuencia.

the goddamn devil dijo...

uhm, tu quieres un cuento de ratas criminal????? yo te picho el mío...
era un viernes de universidad luego de las 8 de la noche en la cual yo estaba en un baño de la universidad porque sencillamente necesitaba un sitio donde descargar el poco e cervezas que uno se bebe los viernes cuando es universitario y bueno de un lado al otro termine de vuelta en la universidad y descargando la vejiga...
justo en ese momento entraron dos coño e madres compañeros de carrera porque como diriamos científicamente, tenían el barro flojo, entraron a las dos pocetas y bueno uno salio luego que el otro...
pero en ese momento cuando sale el segundo y va a bajar la poceta siente que la bicha esa empieza a hacer como un geiser... y el chamo se sale, en ese momento de la poceta ha salido volando una rata enorme que parecia un chiguire bebe, pero demoniaco... obvio que los dos se quedaron de piedra y cuando la rata le gruño se fueron corriendo como locos, yo me quede con cara de Wtf, la rata me vio y sencillamente se metió de nuevo a la poceta... vaina más loca vale...
en fin, es que las ratas, asquerosas y todo, tienen su corazoncito... jajajajajajajajajaja
saludos muy bueno

adri.anita dijo...

no sé en cuál categoría cabe este cuento, pero hace unos 3 o 4 años estaba sola en una estación de metro como a las 2am, camino a casa, cuando dos ratas endemoniadas saltaron de los rieles al andén. venían a mil hacia mí (o eso pensaba yo en mi histeria), así que eché a correr gritando a todo pulmón como la niña que soy y me monté en un banco, segura de que me iban a saltar encima y comer viva. terminaron metiéndose en un hueco en la pared justo al lado del banco, pero ¡quedé traumatizada! menos mal que mi única audiencia fue un par de carajos cagados de risa al otro lado de los rieles.