viernes, 17 de febrero de 2012

Los pesos de la memoria


Hace unos años tuve la dicha de participar en un seminario en la Maestría de Literatura de la Universidad Simón Bolívar con mi querida amiga e insigne profesora Gina Saraceni. Ese seminario iba sobre “escribir hacia atrás: la construcción de la memoria”. He de reconocer que difícilmente he aprendido tanto y con tantísimo gusto en un curso como en esa ocasión.

La memoria es un asunto complejo, es a un tiempo la fuente de la identidad, lo que nos permite ser y asumirnos por medio de la cristalización de ese relato que construimos de nosotros y de lo nuestro; pero también puede funcionar como un peso titánico sobre nuestras existencias, el pasado convertido en roca que se afinca sobre nuestras espaldas, una cosa imposible de arrastrar que nos impide caminar derechos por el presente y mucho menos avanzar hacia el futuro.

Las maneras en que se representa a la memoria son también variadas y complejas. Hay memorias convertidas en relatos históricos, en la Historia (así con H mayúscula) de nuestros pueblos, próceres, gestas épicas y todas aquellas construcciones de un canon que pretende ser colectivo –y a veces lo logra- que se empeña en rescatar ciertos momentos y personajes del pasado mientras desecha u olvida todos los demás. Son memorias también, hechas de granito, mármol y bronce los monumentos y estatuas. También los fantasmas son representaciones de la memoria: una ausencia que vuelve desde el pasado y se nos hace presente. Son memoria de igual forma las postales, las fotografías, los retratos, las cartas, los escudos, los símbolos y todos aquellos objetos físicos a los que adjudicamos un valor extraordinario que trasciende al objeto per se.

Y, por otra parte, la memoria también es un legado: la herencia de todos esos cuentos sembrados por nuestros padres con los que construimos las historias mínimas de nuestras familias o hasta la de nuestras identidades personales.

Hay memorias que fortalecen y nos proporcionan un piso firme sobre el cual asentarnos y arraigarnos. Pero hay memorias que nos aplastan, nos hacen sombra, nos asfixian y nos mutilan. También hay pueblos e individuos desmemoriados, esos que se creen aquello que decía Orwell en 1984: “Siempre hemos estado en guerra con Eurasia”, y se lo creen y hacen borrón y cuenta nueva por más que sean capaces de recordar perfectamente que Eurasia ayer era nuestra aliada de toda la vida. Ser desmemoriado es exactamente igual de nocivo que quedarse atrapado en la memoria. El mismo maleficio, idéntico, pero al otro lado del espectro.

Los venezolanos padecemos los efectos de una memoria colectiva asociada con la figura de Bolívar. Bolívar el Padre de la Patria, El Libertador, el más grande e inalcanzable de los venezolanos jamás y para siempre. Bolívar el incuestionable, el incriticable, el intocable. Como si no fuéramos capaces de dejar a ese caballero descansar en paz en su Panteón. Necesitamos bendecirlo y bautizarlo todo con el nombre de Bolívar, investirlo todo bajo su espíritu. Lo tenemos en la moneda, en las plazas, en el nombre de un sinfín de instituciones y en la boca de todo aquel que necesita convencernos de que tiene a la verdad agarrada por las barbas porque sus palabras y obras están sacramentadas por Bolívar.

Estamos obligados a honrar a nuestros padres, es un mandamiento. Y muchos podemos tener la bendición de haber contado con un padre que ciertamente se merecía toda nuestra honra; pero también se nos olvida que muchos pueden tener otro tipo de relaciones mucho más conflictivas o acaso nulas con sus padres. Hay personas muy buenas y dignas que resultaron ser hijas de malos padres, de padres ausentes, tiránicos, abusivos, patanes, de unos señores a quienes -con toda justicia- no consideran sus padres sino unos tipos ahí a quienes no hay por qué honrar incondicionalmente ni rendir la pleitesía a la que pretende obligar el mandamiento. La paternidad se gana, no se impone.

Los venezolanos somos hijos de Bolívar y habrá gente que está en pleno derecho de sentirse orgullosa de ese legado mientras habrá otros que, con el mismo derecho, lo puedan cuestionar o sentirse menos identificados. Eso no te hace más venezolano o menos venezolano. Como tampoco te hace más venezolano preferir las arepas al pan o preferir un disco de The Cure a uno de Chino y Nacho. Ser bolivariano no puede jamás convertirse en sinónimo de ser venezolano. No podemos confundir el amor a un prócer con el afecto que le tenemos a la tierra que nos vio nacer y que es el hogar de nuestras familias y amigos. Ser crítico de Bolívar no te convierte en un apátrida ni en un mal venezolano, te hace simplemente un venezolano que tiene una postura crítica acerca de la figura de Bolívar. Alguien que opta por asumir una posición particular con respecto a los dictámenes de la memoria colectiva y sobre el legado que le ha tocado llevar por simple casualidad geográfica. Cada quien es libre de metabolizarlo a su manera de la misma forma en que metabolizamos algunas enseñanzas de nuestros padres biológicos o de crianza: me quedo con todo esto y lo asumo con orgullo dentro de mi saco al tiempo que me sacudo de estas otras cosas que no me van o me hacen ruido.

Así que cada quien puede querer más o querer menos a Bolívar. No le veo ningún problema a eso. Lo que sí veo con preocupación es el uso (y abuso) que se le da y que pretende imponerse por medio de los símbolos bolivarianos. El (ab)uso que se le da a la espada de Bolívar es un ejemplo; porque parecemos obviar que esa espada es la metáfora del caudillismo, del militarismo, del belicismo, de una locura mesiánica en la que al blandirla o entregarla nos sentimos poseídos por el espíritu del mimo Simón Bolívar. Lo mismo ocurre con el dichoso Decreto a Guerra a Muerte: “Españoles y canarios contad con la muerte aunque seáis indiferentes, si no obráis por la liberación de América, Venezolanos contad con la vida aunque seáis culpables” (Simón Bolívar, 15 de junio de 1813). Nadie me puede obligar a adorar incondicionalmente y sin derecho a formarme mi propia opinión a un padre así que anda en una de espadas y rebanamiento de cabezas. Apelo a mi derecho de expresar “yo preferiría otra figura paterna y quedarme con otros fragmentos de ese legado que me tocó”.

Porque la memoria, además de caprichosa, está hecha de una materia porosa que si bien deja traspasar también filtra.

Guardemos de una buena vez la espada de Bolívar en una bóveda inviolable. Clausuremos la producción y la entrega de réplicas de la fulana espada. Respetemos los restos del buen Simón y vamos a deslastrarnos de tanta ridiculez mesiánica y patriotera. Esa espada pesa demasiado. Es un legado que nos tiene literalmente clavados en el pasado, en un modelo de país que ya no somos y que no deseamos ser, mucho menos en pleno siglo XXI. Nos tiene aprisionados en el pensamiento decimonónico, nos obliga al estancamiento o a ese estéril intento de caminar hacia adelante pero con los pies y las espaldas inclinados hacia atrás. Nos está matando la escoliosis y se nos están achicharrando las ideas de tanto empeño en construir el futuro a fuerza de memorias. De esas construcciones delirantes, por favor, dejemos que se encargue la literatura.


7 comentarios:

e. e. dijo...

m(A)m(Q)r(U)(I)

María José dijo...

A riesgo de sonar repetitiva diré que es una entrada excelente.

Me has hecho recordar un párrafo de Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario que -aunque algo largo- lo citaré porque Carlos Rangel lo expresa mejor de lo que yo podría:

La verdad es demasiado desagradable, y por eso Latinoamérica es extremadamente vulnerable a las interpretaciones históricas y a los proyectos políticos construidos sobre la mentira, o que apelan a la verdad sólo a medias. Y en esa forma llegamos a declarar execrable a lo mejor de nosotros mismos y admirable a lo peor. Bolívar se ha salvado porque sus hazañas militares, que han hecho de él una deidad olímpica en el panteón de la historiografía latinoamericana, lo ponen por encima de toda discusión, de toda controversia. Todo el mundo quiere apropiarse de su imagen, desfigurada y santificada por mil libros de hagiografía política y por un millón de sermones laicos predicados desde cuanta tribuna existe en América Latina. Pero se le lee poco, y se le cita selectivamente.

Gracias por recordarme uno de mis libros favoritos!

Anónimo dijo...

En casa alguien comentó a propósito de Bolivar, que "sus riñones en lugar de orina producian agua de colonia".Mi memoria hablando de memorias es muy mala pero grabó ese comentario, y vaya que yo soy admiradora de nuestro brillante y ejemplar Libertador, pero no por eso,dejo de reprobar frases y comportamientos como los que mencionas en tu trabajo,Sofía Giusti

Deyanira Díaz dijo...

Es adecuado y hermoso leer los textos originales con esa mirada interna que nos lleva a la reflexión profunda del tema tratado, y desde allí extraer conclusiones que reflejen lo que en realidad sentimos al respecto, que cada pensamiento, cada palabra pronunciada o escrita sea liberadora del alma. Repetir, aprender y recordar fragmentos que otros han seleccionado, nos despersonifica, porque buscamos afuera lo que debemos buscar adentro. Repetir, aprender y recordar fragmentos que otros han seleccionado nos convierte en una especie de robot fabricado con un sin fin de piezas prestadas que no encajan bien. Hay que soltar todas esas piezas para sentirnos livianos, para sentirnos bien con nosotros mismos y con las ideas que divulgamos. Gracias José por compartir con nosotros estas reflexiones tan necesarias en estos tiempos.

Deyanira Díaz dijo...

Demos paz a los restos de Bolívar, que en su momento hizo lo preciso para llevar a Venezuela hacia el desarrollo. EL reloj sigue girando... si tratamos de detenerlo, en algún momento la realidad nos aplastará sin misericordia. Hay que darle paso a las nuevas ideas, a la tecnología, a la ciencia del futuro, y a nuevas formas de hacer lucha política que superen el filo de las espadas de nuestros próceres.

Ophir Alviárez dijo...

Como una consecuencia de la educación "extranjera" de mi papá, crecí en una casa en la que a Bolívar se le veía como un hombre con virtudes pero también con defectos al que había que reconocer pero jamás dejar de cuestionar por eso también veo con horror el (ab)uso con la excusa de...

En el fondo me haces recordar a Borges con aquello de que "la memoria va siendo una pila infinita de palimpsestos..."

Abrazos,

Ophir

Unknown dijo...

Alguien dijo que la memoria es selectiva y quizás por mi trabajo prefiero guiarme por planos y diagramas y los twitters se me antojan incómodos porque no me alcanzan para expresarme completamente y los 140 caracteres vienen a colación porque así conocemos la mayoría a Simón Bolívar, por minúsculas citas, frases donde se extrae lo que no interesa, ofrendas, medallas y churupos, bien lo comenta Deyanira: lo que “nos despersonifica”, muchos interesados blanden y regalan una espada que Simón envaino y entrego al congreso, allá en Angostura, demos a él, el titulo que prefirió, como lo dijo ese 15 de febrero de 1819.
… “Si merezco vuestra aprobación, habré alcanzado el sublime título de buen ciudadano, preferible para mí al de Libertador que me dio Venezuela, al de Pacificador que me dio Cundinamarca, y a los que el mundo entero puede dar”… …“Señor, empezad vuestras funciones: yo he terminado las mías”
Y gracias por seguir colgando tan excelentes posts
Saludos