George Méliès en su puesto de la Estación de Montparnasse según Brian Selznick
¿De
qué dependerá que la adaptación de un libro al código cinematográfico sea feliz
o fallida? Pues depende de un fantasma. Del respeto y el cariño sincero que el
cineasta le guarde al espíritu de la obra. Es evidente que no se trata de que
las palabras del libro sean traducidas literalmente por medio de imágenes y
sonidos al discurso audiovisual, ya sabemos –como bien lo han dicho los
italianos con su traduttore traditore- que la traducción tristemente está
estrechamente asociada con la traición. En esa traducción hay mucho que se
pierde, mucho que cautiva en el papel pero que luego decepciona en la pantalla.
Así que la obra cinematográfica parece exigir su propia autonomía: me parezco a
la obra literaria en la que me inspiro pero definitivamente soy distinta, soy
una obra nueva.
Son
muchas más numerosas las adaptaciones fallidas o infelices que aquellas que
logran hacer honor al espíritu de la obra original. Y, aunque muchos críticos
especializados hayan considerado que la versión cinematográfica de La invención
de Hugo Cabret de Martin Scorsese (inspirada en el libro de Brian Selznick) es
una película digna de ser encajada en el primer grupo, yo soy de los que opina
que tiene razones de sobra para merecer su entrada en el grupo de las buenas
adaptaciones fílmicas. Sucede con las películas dirigidas para niños lo mismo
que aplica a los libros de la literatura infantil y juvenil: una buena obra
para niños y jóvenes es, al final, una obra buena para todas las edades. Quizás
esta fue una de las razones por la que el libro recibiera la Caldecott Medal en
2008. Brian Selznick, en su momento, había dicho que su libro no era una novela
ni un libro de imágenes, ni una novela gráfica, o un libro animado o una
película, que era una combinación de todas esas cosas. Scorsese entonces tomó
todos esos discursos y planteó uno nuevo, en 3D.
El
gran Martin Scorsese, autor de películas tan afamadas como Taxi Driver, Toro
Salvaje, Los infiltrados y Casino, incursiona en el cine dirigido a niños con
La invención de Hugo Cabret (2011) y demuestra no solo que es un grandísimo
cineasta (que eso ya lo sabíamos) sino que es también un magnífico lector. De
esos lectores que se apodera de la historia original que le cautiva, pero que
renuncia a hacerle una simple adaptación cuadro a cuadro o fotograma por
fotograma. Scorsese nos ofrece su visión libre y auténtica del libro y que por
momentos se parece un montón a las ilustraciones y atmósferas que ofrece la
novela, pero en otros momentos se deja llevar por su propia mirada, se separa
del papel y logra constituirse en una obra nueva, personalísima. Como si el
cineasta se señalara a sí mismo con el dedo y nos quisiera dejar bien claro:
“así lo veo yo y así lo complemento con mis propios ingredientes para ofrecer
un nuevo platillo”. El espíritu de Hugo Cabret, ese fantasma entrañable que
habita en el libro de Selznick, primera novela en merecer la medalla de honor
Caldecott en el 2008, también conforma la esencia de esta película recientemente
nominada a los premios Oscar.
Es
importante remontarse a los orígenes del cine, no solo porque La invención de
Hugo Cabret aborda el tema de la vida y obra de George Méliès (uno de los
primeros y más prodigiosos magos de la historia del séptimo arte), sino porque
hay algo en esos orígenes que deberíamos rescatar. El cine nace en el seno del
vaudeville, en esos locales nada elegantes donde las chicas bailaban cancán,
donde se bebía absenta y donde el pintor Toulouse Lautrec dibujó los afiches que
luego se hicieron tan famosos. No nace como arte, tampoco como un medio para
educar o ideologizar. En sus inicios, se trata de algo extraordinariamente
parecido a un espectáculo de magia. Un truco para abismar, para sorprender,
para emocionar, igual que un mago que partía en dos a su asistente con una
sierra o a un escapista que se libraba de sus cadenas y candados desde el fondo
de una pecera. Años más tarde es cuando se instaura y difunde esa mirada
reverencial sobre el cine para entonces hacerlo sinónimo de arte, de mecanismo
para adoctrinar o transmitir propagandas y valores, o como un mercado que busca
entretener para obtener ganancias masivas. Sin embargo, hubo un mago rebelde,
uno que siguió insistiendo –y a eso dedicó su vida y obra- al considerar que el
cine era un tipo de magia: George Méliès.
Méliès
fue todo un pionero de los efectos especiales. Es el padre del cine fantástico
y de ciencia ficción, un brujo noble que buscaba hacer nuevos hechizos por
medio de trucos que nunca antes había sido posible ejecutar. Méliès nos hizo
viajar a la Luna y al fondo del mar, se tomó la molestia de colorizar a mano
cada fotograma para que las películas dejaran de ser en blanco y negro, nos
enseñó que la gente podía desaparecer por medio del montaje y que a los selenitas
se les puede aniquilar de un paraguazo en caso de que se pongan violentos. El
gran George se gastó hasta el último centavo para poder hacer sus películas,
pero fue un artista incomprendido, un autor que estaba haciendo un cine del
futuro para el que los hombres de su tiempo no estaban aun preparados. Fue tan
incomprendido que acabó por deslastrarse de todas sus películas y de toda la
utilería con la que contó para hacer sus prodigiosas obras de arte. Y, fue así,
lleno de frustración y en bancarrota, cuando en 1925 decidió abandonar el cine.
Se reencontró con Jeanne d’Alcy, una de sus principales actrices, y con ella se
ocupó de montar un quiosco de juguetes y golosinas en la estación de
Montparnasse. Allí mismo, años más tardes, fue reconocido por Léon Druhot,
director de Ciné-Journal, quien lo rescató del olvido.
Y
esa, la del rescate del olvido, es una metáfora esencial para comprender La
invención de Hugo Cabret. Es el verdadero espíritu entrañable que habita en la
obra literaria de Selznick y también en la película de Martin Scorsese. Este
film es un homenaje al cine y también acaba siendo una hermosa reflexión sobre
su naturaleza perdida. ¿Qué es el cine y para qué sirve? La respuesta que
parece sugerirnos Selznick resulta idéntica a la de Scorsese y también a la de
Méliès: es como la magia, aparentemente no sirve para nada pero precisamente
por eso sirve para todo o para casi todo. Es el espacio donde la fantasía, los
sueños y las invenciones más imaginativas irrumpan en nuestra realidad. Que vaya
que no es poca cosa.
George Méliès en su puesto de la Estación de Montparnasse, ahora por Martin Scorsese
Algunos
aficionados de la obra de Scorsese se han sentido defraudados o confundidos por
su incursión en este universo de la cinematografía para niños. “Ese no es el
gran Martin Scorsese, necesitamos que vuelva a hacer las películas a las que
nos tiene acostumbrados”. Pero me temo que al pensar así se equivocan, pues La
invención de Hugo Cabret es una de las películas más congruentes y personales
del gran “Marty”. Desde 1990, Scorsese lleva junto a unos amigos una
institución llamada The Film Foundation, organismo encabezado por Martin que se
ha dado a la tarea de velar por la conservación, restauración y exhibición de
películas clásicas con el fin de que no sean olvidadas, y la gente de nuestros
tiempos tenga acceso a ellas. En fin, para que a esas joyas del pasado no les
ocurra lo que a Méliès. Algunos
de los involucrados con The Film Foundation han sido Clint Eastwood, Francis
Ford Coppola, Robert Altman, Steven Spielberg, Woody Allen, George Lucas,
Stanley Kubrick, Wes Anderson, Ang Lee y Peter Jackson.
La
invención de Hugo Cabret sirve de excusa entonces para reflexionar y ofrecer
una mirada particular sobre algo que preocupa fundamentalmente a algunos
autores: el cine tiene que rescatar su condición de sinónimo de magia. También
sirve como un llamado de atención: hay que volver nuestras miradas sobre los
autómatas (la invención de Hugo y su padre es un autómata que dibuja escenas
memorables de las obras de Méliès), porque ellos también son los portadores de
ese encanto perdido que deberíamos rescatar, criaturas fascinantes de los
tiempos en los que los hombres hacíamos máquinas imposibles que supuestamente
“no servían para nada” pero que nos daban licencia para soñar. Y, finalmente,
tanto el libro como la película (dos gemas que no tienen desperdicio) nos están
metiendo el dedo en el ojo para que pensemos y repensemos la importancia de
construir un canon personal: ¿a quiénes nos gustaría rescatar?, ¿quiénes son
los olvidados que deberíamos volver a tomar en cuenta para que la historia los
reivindique y los coloque en el sitial de honor que se merecen?
La
tarea es de todos. Selznick, Scorsese y Méliès por lo visto nos están invitando
a ser más que testigos. Nos toca a todos buscar en los sitios más recónditos,
en esos quioscos atestados de juguetes, golosinas y cositas menores que “no
sirven para nada o que la gente ya olvidó”. El fantasma que habita en La
invención de Hugo Cabret nos está esperando allí para que lo rescatemos y pueda
así hacer de nuevo su magia.
*Este artículo fue originalmente publicado en la revista PezLinterna, coordinada por Freddy Gonçalves Da Silva, dedicada a la promoción e investigación de la literatura juvenil.
6 comentarios:
yo en lo particular aplaudo el riesgo de alejarse de gangsters y policías que asume scorcesse, aunque signifique alienar a su público.
nunca se es ni muy viejo ni muy tarde para probar algo diferente ^^
Que trabajo tan completo,interesante y profesional, muy al estilo de Urriola. Felicitaciones
Jose, coincido contigo: la película de Scorsese me ha encantado, tanto como el libro. Es una joya que hace homenaje al oficio de lector. Scorsese es realmente un buen lector que sabe sacar de sí su experiencia personal para compartirla con el otro. Para transferir poéticamente esa magia que continua asombrándonos y que, bien dices, él invita a rescatar.
Sin duda en mi canon de arte personal esta es una de las películas que integrará la lista, junto al libro de Selznick.
Un abrazo agradecido por este maravilloso artículo.
AMO Hugo Cabret, todo.
Ante todo José, quiero felicitarte por tu nuevo libro, que espero te traiga mucho éxito y felicidad.
En cuanto al trabajo de Martin S. estoy de acuerdo contigo, este cambio le dio frescura y la oportunidad de demostrar que sigue creciendo como director.
Me gusta la estética creada por Melies, es muy original. Lo asocio con un video que Smashing Pumking realizó hace ya 15 años.
De esta publicación se cuela la necesidad de que el artista crea en su trabajo, le de fuerza, lo consolide y también la propuesta de estar en constante revisión del pasado para recrearnos en sus obras, y en base a éstas, proponer mejores cosas en el futuro, soñar, reinventar, seguir hacia adelante.
Saludos.
Muy buena película y post.
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