jueves, 21 de agosto de 2014

El affaire lancha.



No tenemos radio y está prohibido salir de la marina sin radio, dijo el Cromañón. ¿Y entonces cómo coño nos vamos a ir de Playa Grande a Camurí en esta lanchita?, dijo Guachi. No importa, lo que importa es que tenemos dos salvavidas, nos tranquilizó el Cromañón. Pana, pero somos tres, dije yo contando con los dedos y mirando los salvavidas que realmente, de servir, servía uno nada más. Tranquilo que ahí nos la arreglamos. Ah, bueno, plomo entonces, prende el motor y vámonos.

Y nos fuimos y el mar estaba picado esa tarde y eran como las cinco y se nos venía la noche encima. Pero ahí íbamos los tres, salpicados por el agua salada que nos rociaba como un aspersor. Saltando en cada estrellada contra la panza de las olas. Sintiendo que el estómago se nos desplazaba medio metro hacia arriba en cada brinco. Y ese frío tan raro que pega en el bajo vientre cuando retas a la gravedad. Pero ya estábamos en alta mar, a la ridícula velocidad de 20 KPH que en nudos quién sabe cuánto es, seguro que algo aún más ridículo que no vas a querer saber.

¿Y cómo a cuánto nos queda Camurí?
Pues como a una hora,  más o menos, no sé, digo yo.

El sol comienza a caer allá al fondo y algo salta sobre el agua, un pez vela o uno aguja.  A esas horas y cuando uno le tiene tantísimo respeto al mar (respeto le llama uno por cobarde al miedo) todos son tiburones blancos. Vamos apenas por el puerto de La Guaira y los cargueros se nos vienen encima, son como dinosaurios marinos, como Moby Dicks de metal oxidado por el salitre, suenan sus sirenas como diciéndonos “apártense, insectos”. El Cromañón apura la marcha pero la velocidad punta de la lancha se empeña en ser aún más ridícula. Guachi disimula, el mentón clavado en el pecho, se está explotando un grano enorme como un huevo frito ahí cerca del ombligo. Yo trato de mirar hacia otro lado y de agarrarme bien pero al tensar los músculos noto que estoy temblando y ojalá el resto de la tripulación no lo haya notado ya.

Esquivamos el primer buque de carga, luego otro más y luego un tercero que parece un barco petrolero, nadie sabe cómo esa vaina flota, debe tener de punta a proa la distancia de El Marqués a Montalbán, y como soy mal nadador lo que estoy calculando es la distancia que nos separa de la costa, la costa que está allá a lo lejos, creo que acabo de ver pasar un carro, un VW escarabajo blanco, aunque puede ser un camión, si es un camión entonces estamos realmente demasiado lejos y no voy a llegar ni de vaina. Ni flotando. Me jodí. Ni nadando perrito.

¿Cuánto falta Cromañón? Como media hora. ¿Media hora?, pero si tenemos una hora ya en esta vaina. Yo creo que Camurí es ya la próxima playa. No, no es, falta un pelo. ¿Guachi tú reconoces qué playa es ésa? No, ni idea.

Somos la única embarcación en decenas de kilómetros a la redonda. Y yo no he escrito un libro, no he tenido hijos, la Nena me cortó hace una semana, sembré un árbol con la ayuda de papá pero resultó un aguacate macho. Vaya mierda todo.

Panas, les tengo una mala noticia, se nos está acabando la gasolina. Bueno, menos mal que no hay perros en el mar porque de haberlos seguro nos mean.

Y en eso reconocemos los edificios de Camurí. Creemos que son los edificios de Camurí. Queremos creerlo. Necesitamos creerlo. Sí, son. Además hay alguien con una toalla blanca que nos hace señales desde la playa.

Marico, ése es tu papá, Guachi.

Llegamos hasta el muelle, amarramos la lancha. Vamos a dejarla aquí, yo luego le pido a mi viejo que mande a alguien a buscarla para llevarla a Playa Grande. No te van a prestar la lancha nunca más en tu vida, güevón. Sí, ya sé. El papá de Guachi viene corriendo hacia nosotros sin soltar la toalla blanca, es como una versión de Centella pero sin lentes y con calva. Guachi se apura en interceptarlo antes de que sus gritos nos alcancen. Nos quedamos el Cromañón y yo viendo la escena a la distancia, como un teatrino con unos títeres muy raros. El papá de Guachi gesticula, amenaza con emprenderla a toallazos contra su hijo. Guachi recibe el regaño sin dejar de tocarse ni mirarse el grano explotado en la barriga.

Recogemos todo con prisa y en silencio. El papá de Guachi nos quiere matar, la mamá ni nos mira, la hermanita tampoco. Nos subimos a la camioneta y nos embutimos los tres -más la hermanita de Guachi- en el asiento de atrás. Esta gente no me va a volver a invitar a la playa en su vida, pienso, mientras el papá de Guachi comienza a regañarnos de una manera muy elegante, tan elegante que no estamos entendiendo ni la mitad. Dice algo de “uno punto dos kilómetros de playa y no, hay que salir a matarse y a retar al destino por el affaire lancha”. Y luego agrega otra vez: “coño, el affaire lancha”. La mamá de Guachi, desde el asiento del copiloto, le da golpecitos en la pierna, cálmate ya, Alberto, que te va a dar algo y no digas esas cosas frente a la niña; pero el señor insiste en “coño de su madre, estos carajitos y el affaire lancha”.

Me dejan en casa, saco mi bolso de la maleta, doy las gracias pero nadie me responde, ya esa camioneta va por el fondo de la calle.

Entro a casa. Mamá está haciendo arepas: cómo te quemaste, seguro que no te pusiste el bloqueador. Papá me mira con sospecha: ¿cómo te fue, chamo? Bien, ahí, normal.


No llego ni al cuarto. Paso derecho a la biblioteca. Ubico entre las repisas al Pequeño Larousse Ilustrado y busco qué coño será eso de “affaire”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"El affaire lancha" nos devolvió al escritor a su diccionario.
Siempre con tu constante curiosidad por las palabras y sus significados.
¿Affaire lingúistico?