martes, 4 de noviembre de 2014

Breves cotidianas.


Trabajo.
Hace unos días iba yo subido a un autobús por la autopista que comunica México D.F. con Puebla. Desde la ventana pude ver algo que a la distancia se me antojó un perro blanco especialmente lanudo. Cuando le pasamos por al lado me di cuenta de que se trataba de una oveja. Enorme, sin trasquilar, trotandito en medio del canal rápido. Puedo jurar que iba como para el trabajo.

El salvador.
Un tipo, en el extremo del andén de Mixcoac, se pasa la raya amarilla y asoma la mitad del cuerpo por la boca del túnel. En eso nota las luces del metro que se aproxima para entrar a la estación. Con el nerviosismo de alguien que por fin logra divisar desde la parada el cartelito con el nombre de su destino, ahí colgando sobre el parabrisas de un autobús, le hace señas al conductor para que se detenga. Se sube al vagón con una emoción exultante, la de alguien que está convencido de: “menos mal que estaba yo aquí, si no fuera por mí nos hubiera dejado a todos”.

Las buenas heridas.
A primer vistazo parecía un hematoma. Una marca fresca y sanguinolenta allí en la base de la mejilla. Me le quedo viendo al joven hasta descubrir, luego de segundas y terceras miradas, que me he equivocado: se trata de un beso propinado con furia y mucho lápiz labial. El joven se percata de mi insistencia en mirarlo, me da pena y le hago gestos sobre mi propia cara como queriendo decirle: límpiate, tienes unos labios marcados aquí. Sonrío con complicidad pero la sonrisa que me devuelve el muchacho es de otra naturaleza; la de alguien que se siente incomodado. Caigo entonces en cuenta de mi ingenuidad, de toda mi estupidez, ese joven es como un guerrero que luce con orgullo la marca de una batalla feliz. Se habrá rendido, seguramente con gusto habrá puesto la piel y: haz lo que quieras, soy tuyo, ganas tú. No hay fuerza en el universo capaz de borrarle ese beso a ese hombre. Ahí va un tipo feliz con su tatuaje provisional, con ganas de que no se le vaya nunca esa cicatriz tan significativa y tan tristemente fugaz. Con ganas de acumular muchas más y en otras partes.

Accidentes afortunados.
Vengo de regreso a casa y atravieso el parque. Ha llovido muy fuerte durante la tarde así que hay charcos y lodo en varios sectores. Un niño de ocho años pasa en su bicicleta a toda velocidad, frena justo sobre uno de los charcos, la bicicleta derrapa un poco pero el chamo es buen ciclista, controla el manubrio, frena, se desliza con elegancia y sigue como si nada. Da la vuelta, toma impulso, se va de nuevo hacia el charco y otra vez hace la misma maniobra. Es bueno ese chamo, ahí puede haber un futuro campeón del motocross (eso pienso). Pero entonces el chamo ensaya la gracia por tercera vez y como la física es traicionera –sobre todo cuando implica lodo– esta vez no logra mantener la bici en pie. Cae estrepitosamente, se llena de barro y salpica a un gentío. Un señor con lentes se levanta de su banco y corre asustado en dirección al niño. Al señor –como nos ocurre a algunos– el nerviosismo se le transforma en furia. Sobre todo cuando se da cuenta de que el chamo está bien, aunque absolutamente enlodado por fuera y por dentro.


– Pero es que no entiendo, ¿por qué tienes que jugar así?, ¿tú no ves que eres el único que monta bicicleta así en todo el parque?- dijo el abuelo.

– Abuelo, ya, cálmate… fue un accidente-, respondió el niño.

– ¿Accidente? Accidente será el día en que volvamos a casa y a ti no te haya pasado nada.

Definitivamente hay que practicar la vida entera para poder dar una respuesta así de grande.

Lavado.
Ayer, a las 4.25 pm, en la esquina de Orizaba con el Parque Río de Janeiro, me crucé con un “viene-viene” que se disponía a lavar un coche.  El tipo agarra un balde de agua oscura mezclada con jabón y tomando todo el impulso del mundo la lanza sobre el coche que será víctima de la limpieza. Pero es tal la fuerza con la que arroja el agua que ésta dibuja una curva imposible, le pasa por encima al auto y va a caer del otro lado justamente sobre la cabeza de un joven que pasea a su perro. El muchacho, muy educado –se nota que está en esas edades de la adolescencia en la que absolutamente todo nos da pena-, se hace el desentendido: “aquí no ha pasado nada” a pesar de que está escurriendo litros de agua de la cabeza a los pies. El “viene-viene” asume una actitud idéntica: “¿quién lanzó ese balde de agua sucia? ¿Yooo?”. El único que ha reaccionado es el perro, tiene todo el pelo aplastado contra el cuerpo y del hocico le cuelga una baba jabonosa que se lame con la lengua enorme. El joven y su perro siguen su camino, el lavador de coches continúa su tarea sobre un auto absolutamente seco. Yo también sigo de largo, imperturbable, hasta que el perro decide sacudirse con furia justo cuando me pasa al lado. Me rocía de eso mismo que hasta hace segundos tenía chorreando del hocico… pero yo sigo derecho, como si nada. Es que es muy feo eso de ser el único que rompe con la armonía del lugar.

Influencias de la repostería.
Hoy, 9:00 am en el Paseo de la Reforma, vi a una señora que tenía exactamente el mismo peinado que su perro poodle. Eran una obra de arte ambulante como hecha de azúcar y claras batidas de huevo, cosa que me dejó pensando en las influencias enormes que ha tenido la repostería en la estética.

La rebelión de los objetos inanimados.
Acaba de ocurrir en la calle Newton: ante los ojos de todos los presentes en el lugar, a las 9:45, una bolsa plástica levantada por el viento se le fue directo a la cara a un tipo. Fueron largos segundos de batalla, confusión y angustia. Casi lo asfixia. El hombre tuvo que luchar con todas sus fuerzas y toda su desesperación. Cuando finalmente logró arrojar la bolsa asesina al suelo tenía la cara roja y en los ojos se le dibujaba el pánico en su forma más pura. Él lo sabía. Lo sabíamos todos. La rebelión de los objetos inanimados había comenzado. Quién sabe, a lo mejor ellos lo saben hacer mucho mejor que nosotros.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La aguda observación de Urriola durante sus caminatas , con la ironía y humor tan característicos. Felicitaciones, Augusto Herrrera.

Anónimo dijo...

Felicitaciones por tu nuevo libro "Cuentos a patadas" de la editorial Ekare, tienes que agregarlo a tu blog. Ayer estuvimos en la Plaza Altamira y lo disfrutamos,es una belleza y un éxito entre los niños de esa edad, llegaban al armario donde exhibian y lo
hojeaban con deleite, esa fue la experiencia mas grata , para los que te leemos y queremos