Trabajo.
Hace unos días iba yo subido a un autobús
por la autopista que comunica México D.F. con Puebla. Desde la ventana pude ver
algo que a la distancia se me antojó un perro blanco especialmente lanudo.
Cuando le pasamos por al lado me di cuenta de que se trataba de una oveja.
Enorme, sin trasquilar, trotandito en medio del canal rápido. Puedo jurar que
iba como para el trabajo.
El
salvador.
Un tipo, en el extremo del andén de Mixcoac,
se pasa la raya amarilla y asoma la mitad del cuerpo por la boca del túnel. En
eso nota las luces del metro que se aproxima para entrar a la estación. Con el
nerviosismo de alguien que por fin logra divisar desde la parada el cartelito
con el nombre de su destino, ahí colgando sobre el parabrisas de un autobús, le
hace señas al conductor para que se detenga. Se sube al vagón con una emoción
exultante, la de alguien que está convencido de: “menos mal que estaba yo aquí,
si no fuera por mí nos hubiera dejado a todos”.
Las
buenas heridas.
A primer vistazo parecía un hematoma. Una
marca fresca y sanguinolenta allí en la base de la mejilla. Me le quedo viendo
al joven hasta descubrir, luego de segundas y terceras miradas, que me he
equivocado: se trata de un beso propinado con furia y mucho lápiz labial. El
joven se percata de mi insistencia en mirarlo, me da pena y le hago gestos
sobre mi propia cara como queriendo decirle: límpiate, tienes unos labios
marcados aquí. Sonrío con complicidad pero la sonrisa que me devuelve el
muchacho es de otra naturaleza; la de alguien que se siente incomodado. Caigo
entonces en cuenta de mi ingenuidad, de toda mi estupidez, ese joven es como un
guerrero que luce con orgullo la marca de una batalla feliz. Se habrá rendido,
seguramente con gusto habrá puesto la piel y: haz lo que quieras, soy tuyo,
ganas tú. No hay fuerza en el universo capaz de borrarle ese beso a ese hombre.
Ahí va un tipo feliz con su tatuaje provisional, con ganas de que no se le vaya
nunca esa cicatriz tan significativa y tan tristemente fugaz. Con ganas de
acumular muchas más y en otras partes.
Accidentes afortunados.
Vengo de regreso a casa y atravieso el
parque. Ha llovido muy fuerte durante la tarde así que hay charcos y lodo en
varios sectores. Un niño de ocho años pasa en su bicicleta a toda velocidad,
frena justo sobre uno de los charcos, la bicicleta derrapa un poco pero el
chamo es buen ciclista, controla el manubrio, frena, se desliza con elegancia y
sigue como si nada. Da la vuelta, toma impulso, se va de nuevo hacia el charco
y otra vez hace la misma maniobra. Es bueno ese chamo, ahí puede haber un
futuro campeón del motocross (eso pienso). Pero entonces el chamo ensaya la
gracia por tercera vez y como la física es traicionera –sobre todo cuando
implica lodo– esta vez no logra mantener la bici en pie. Cae estrepitosamente,
se llena de barro y salpica a un gentío. Un señor con lentes se levanta de su
banco y corre asustado en dirección al niño. Al señor –como nos ocurre a
algunos– el nerviosismo se le transforma en furia. Sobre todo cuando se da
cuenta de que el chamo está bien, aunque absolutamente enlodado por fuera y por
dentro.
– Pero es que no entiendo, ¿por qué tienes que jugar así?, ¿tú no ves que eres
el único que monta bicicleta así en todo el parque?- dijo el abuelo.
– Abuelo, ya, cálmate… fue un accidente-, respondió el niño.
– ¿Accidente? Accidente será el día en que volvamos a casa y a ti no te haya
pasado nada.
Definitivamente hay que practicar la vida
entera para poder dar una respuesta así de grande.
Lavado.
Ayer, a las
4.25 pm, en la esquina de Orizaba con el Parque Río de Janeiro, me crucé con un
“viene-viene” que se disponía a lavar un coche.
El tipo agarra un balde de agua oscura mezclada con jabón y tomando todo
el impulso del mundo la lanza sobre el coche que será víctima de la limpieza.
Pero es tal la fuerza con la que arroja el agua que ésta dibuja una curva
imposible, le pasa por encima al auto y va a caer del otro lado justamente
sobre la cabeza de un joven que pasea a su perro. El muchacho, muy educado –se
nota que está en esas edades de la adolescencia en la que absolutamente todo
nos da pena-, se hace el desentendido: “aquí no ha pasado nada” a pesar de que
está escurriendo litros de agua de la cabeza a los pies. El “viene-viene” asume
una actitud idéntica: “¿quién lanzó ese balde de agua sucia? ¿Yooo?”. El único
que ha reaccionado es el perro, tiene todo el pelo aplastado contra el cuerpo y
del hocico le cuelga una baba jabonosa que se lame con la lengua enorme. El
joven y su perro siguen su camino, el lavador de coches continúa su tarea sobre
un auto absolutamente seco. Yo también sigo de largo, imperturbable, hasta que
el perro decide sacudirse con furia justo cuando me pasa al lado. Me rocía de
eso mismo que hasta hace segundos tenía chorreando del hocico… pero yo sigo
derecho, como si nada. Es que es muy feo eso de ser el único que rompe con la
armonía del lugar.
Influencias de la repostería.
Hoy, 9:00 am en
el Paseo de la Reforma, vi a una señora que tenía exactamente el mismo peinado
que su perro poodle. Eran una obra de arte ambulante como hecha de azúcar y
claras batidas de huevo, cosa que me dejó pensando en las influencias enormes
que ha tenido la repostería en la estética.
La rebelión de los objetos inanimados.
Acaba de
ocurrir en la calle Newton: ante los ojos de todos los presentes en el lugar, a
las 9:45, una bolsa plástica levantada por el viento se le fue directo a la
cara a un tipo. Fueron largos segundos de batalla, confusión y angustia. Casi
lo asfixia. El hombre tuvo que luchar con todas sus fuerzas y toda su
desesperación. Cuando finalmente logró arrojar la bolsa asesina al suelo tenía
la cara roja y en los ojos se le dibujaba el pánico en su forma más pura. Él lo
sabía. Lo sabíamos todos. La rebelión de los objetos inanimados había
comenzado. Quién sabe, a lo mejor ellos lo saben hacer mucho mejor que
nosotros.
2 comentarios:
La aguda observación de Urriola durante sus caminatas , con la ironía y humor tan característicos. Felicitaciones, Augusto Herrrera.
Felicitaciones por tu nuevo libro "Cuentos a patadas" de la editorial Ekare, tienes que agregarlo a tu blog. Ayer estuvimos en la Plaza Altamira y lo disfrutamos,es una belleza y un éxito entre los niños de esa edad, llegaban al armario donde exhibian y lo
hojeaban con deleite, esa fue la experiencia mas grata , para los que te leemos y queremos
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