miércoles, 2 de junio de 2021

Mientras tanto, aquí dentro (a manera de introducción).



Este debe ser, seguramente, el proyecto más personal y libre que haya emprendido jamás. Lo es no solo por su contenido sino por la manera en que asumí la estructura de la obra. Normalmente trazo un itinerario, lo más preciso posible, sobre cómo será el trayecto que habré de recorrer para poder llegar al desenlace que ya tengo previamente definido. Ese mapa me da calma. Tengo claro y bajo control cómo comenzar, algunos lugares por los que habré de atravesar en el camino y, sobre todo, el punto de llegada. Sin embargo, aquí me tocó la difícil tarea de dejarme fluir. La humildad de confesar: no sé, no tengo idea de qué es esto ni para dónde va. 


Utilizaré una metáfora fluvial. Digamos que llegó la pandemia con su respectivo confinamiento y de pronto me encontré en una especie barca en medio de un río oscuro –yo al agua le tengo mucho respeto (que es un eufemismo para no decir que le tengo miedo)– y no tuve otro remedio que ponerme a remar. A veces las aguas eran benévolas y uno se dejaba llevar por la corriente apacible. Pero de pronto surgían rápidos, rocas filosas, pasos estrechos, caídas de agua. El peligro inminente de encallar, estrellarme, volverme trizas. Pero cuando juraba convertirme en náufrago, el río de pronto se ensanchaba, se hacía calmo y generoso. Uno se reconciliaba con el panorama y hasta agradecía la travesía. Me sirvieron de salvavidas mi hija y mi esposa, me ayudaron los amigos cercanos que eventualmente se convirtieron en mis compañeros de viaje y me dieron aliento. Hubo momentos en que atravesé por lugares extraños, irreconocibles, como si el curso del río me hubiese arrastra- do hasta territorios extraterrestres, pero también pasé por trechos que me resultaron conocidos, casi familiares, que me permitieron viajar al pasado, por medio de la memoria y la música, al tiempo que seguía adelante, avanzando por ese río. 


He pasado un año entero en este proceso de gestación en el que he ido anotando lo que ocurría, pensaba y sentía. En el que me propuse escribirlo con toda la honestidad posible. Un período el que rocé la locura, tuve miedo, me angustié, me reí, me enternecí, encontré la luz y la hermosura en medio de la penumbra. No sé hacia dónde lleva el río. A veces imagino con vértigo que hacia una catarata kilométrica. Otras veces creo que más hacia otro mar, uno desconocido. He llegado a pensar que quizá no se acaba nunca, que la vida ahora será aprender a recorrer este río infinito. 


Me encuentro de pronto con una playa tranquila a un costado. Remo hasta allá y anclo mi barca en la orilla. Es momento de hacer una pausa. Me siento en la arena a mirar el río que se pierde en el horizonte. Y lanzo al infinito mi deseo más ferviente de que ojalá la gente buena que uno quiere –así como todos los extraños que lo merecen– lleguen finalmente a buen puerto, a un destino benévolo. 


Va un agradecimiento muy especial y sentido a estas compañeras de travesía: Aitana Urriola Kushfe, Marie Claire Kushfe, Ana Esther Pohls y Claudia Mauro. 



José Urriola. Ciudad de México, marzo 2021. 


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