martes, 19 de diciembre de 2006

¿Con B de qué?


Hace exactamente cuatro años andaba yo en la hermosa Buenos Aires haciendo un documental que jamás llegó a terminarse. Queríamos hacer una investigación sobre la historieta argentina y cómo su imaginario estaba influyendo y dejándose influir por el del cine fantástico. Al final nos quedamos sin presupuesto ni permiso para continuar; fuimos nosotros quienes acabamos inmersos en un guión de cómic que algún espíritu burlón se dio a la tarea de escribir durante varias semanas. Y luego abandonó.

Llegando a Buenos Aires, apenas puse un pie en el aeropuerto, me enfermé con una virosis espantosa. Imperaba un verano austral con sus contundentes 40 grados a la sombra mientras yo estaba metido en la habitación del hotel abrigado con varios suéteres, bufandas improvisadas, doble media, triple cobija, tos como gruñidos de perro y todo eso rematado por un insomnio que no me dejaba pegar el ojo ni siquiera cuatro horas por noche.

Durante días estuve combinando remedios para la gripe con el bombazo antiasmático, doble dosis de Stylnox -cuando basta la simple para dormir a un caballo-, y todo ello regado por generosas copas de vino tinto mendocino (por aquello de que el vino da sueño, y ya que los somníferos no podían solos pues yo les echaba una manito).

Digamos que por un tiempo mi cuerpo estuvo físicamente en Argentina pero yo andaba más bien por Ganímedes. Y hubo pedazos considerables de mi existencia que no recuerdo en lo más mínimo así que me los cuentan mis compañeros de producción -a lo que yo respondo con la conciencia limpia y convicción absoluta: “Lo lamento, yo no estaba allí. Ése no era yo”-.

Cuando ya yo andaba medianamente de vuelta en este mundo decidimos lanzarnos cierta mañana a hacer las entrevistas, nos encontramos en el lobby del hotel y yo venía trastabillando, convaleciente, haciendo de tripas corazón para no lanzarme sobre un sofá y gritar a mis compañeros: “Sálvense Ustedes… yo no lo lograré”.

Pero entonces Richard, el asistente de cámara, no me da tiempo para melodramas porque me intercepta al pie de la escalera y me suelta:

-Coño, papá, me pegaste esa rolo e’ peste tuya. Me estoy sintiendo medio mal.

No alcanzo a mandarlo a la mierda porque llega el taxi y tenemos que subir el perolero a la maleta. Nos ayuda el conductor, un cincuentón barrigudo con una tos incluso peor que la tenía yo ayer. “¡Voy adelante!” grita Richard y de un salto –a pesar de la gripe que supuestamente le aniquila- se abalanza sobre el asiento del copiloto. Arrancamos y a las pocas cuadras Richard se voltea con expresión de víctima, carraspea exageradamente la garganta, hace señas con el índice surcándole el cuello de un extremo al otro como vaticinando su pronta muerte:

-Me estoy muriendo, papá, me siento malísimo. Me arde la garganta, me duele al tragar, tengo el estómago flojo y yo creo que tengo fiebre.
-Ahorita nos paramos en una farmacia y te compramos algo, Richita, quédate tranquilo- ladro yo.

Pero en eso emerge una voz de ultratumba, una cosa mustia, añejada tras kilos de tabaco y flema, más que una voz un ronquido o un rugido:

- Tomá Rivodrina de 600- dice el chofer del taxi con la vista clavada en el frente.
- ¿Qué? – grita Richita con una fuerza que casi voltea al carro.
- Rivodrina de 600, loco. Te tomás dos ahorita, y repetís la dosis cada 4 horas durante un par de días. Amanecés como nuevo, pibe, ni te enterás del hijo de puta resfriado.
- Ajá, anótame esa, Jose… Ralfoncina de 500 – me indica Richita confiadísimo de haber dado con la solución a todos sus males.
- Tomá esto, anotá bien para que le digás al de la farmacia - se saca el taxista un papelito de los que tiene en el parasol junto con un bolígrafo, se los extiende a Richard entre toses estentóreas que retumban dentro del carrito- Recordá: Rivodrina de 600 miligramos, dos tabletas cada 4 horas.
- ¿Y cómo se escribe, eso, papá? – dice Richita mientras anota cualquier cosa en el papelito.
- ¡Y qué sé yo, che! Ri-vo-dri-na, como suena, apuntalo bien –dice el taxista y tose, regurgita, escupe hacia la calle, tose más. Está a punto de morir asfixiado – Rivodrina de 600, y te curás de todo, quedás como nuevo.
- ¡De 600… no vale, ni de vaina, eso es muy alto! Yo no me voy a tomá esa mierda – pelea Richita- ¿de eso no viene de 200? Yo voy a preguntar si no hay uno que sea menos fuerte.
- ¿Pero sos boludo o qué? Tomate el de 600 que es el que cura, che, que te digo yo, si no te vas a joder, a joder hasta el orto- regaña el taxista y tose hasta que casi se vomita, la barriga le rebota contra el volante, tose hasta quedar morado.

Yo embutido en el asiento de atrás casi digo: “Claro, Richita, quedas igualito de nuevo y de curado que este chofer que además es laringólogo”. Pero entonces Richard se saca de la manga una pregunta que nos rompe los esquemas a todos:

- ¿Pero ese remedio se escribe con B de qué? (y en vez de decir las clásicas: “con b de burro o v de vaca” o “con b alta o v chiquita”, Richita opta por decirle al taxista que es bonaerense): ¿Con B Barquisimeto o V de Valera?
- ¿Y qué se yo, boludo? Con V, pibe, con la V del Vélez Sarsfield – responde el taxista, como explicando algo demasiado obvio. Como si con un mínimo de conocimiento sobre fútbol argentino quedara zanjada toda duda sobre la uve, la be labial y la ve labidental.
-¡Ah, sí va! – Asiente feliz Richard y anota con pulso firme y letras enormes algo que alcanzo a ver tiene una gran Z de Zorro.

Y en ese instante yo supliqué en un susurro: Señor, por favor, déjame bajarme de esta nave espacial y volver con los míos a mi planeta.

Aterricé del taxi convencido de haber culminado un viaje intergaláctico, casi beso el suelo de la madre Tierra. Veo desaparecer tras una esquina al hombre tosiendo en su carrito negriamarillo y no puedo ocultar mi felicidad. Me he salvado esta vez.

-¡Coño de la madre, se me quedó el papelito en el taxi, chamo! ¿Tú no te acuerdas cómo es que se llamaba el remedio ése que me recetó el pana?- me pregunta Richard angustiadísimo.

Yo no sé ni contesto. Invento un acceso de tos, me llevo las manos a la cara y me tapo un par de gruesas lágrimas que sin quererlo se me han escurrido.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Jose: apareció el simpático Richita,¿por que no le recordaste el remedio milagroso que hacia toser al chofer argentino?....Qué gracioso y encantador es ese personaje de tus anécdotas.Me encantan los relatos donde Él ,es el protagonista.

Marie Claire Kushfe dijo...

Mientras bajan los tracks del Memo Rex Commander y el Corazón Atómico de la Vía Láctea me paseo por todo el blog: carcajadas, lágrimas, rabia, nostalgia, impotencia, amor y risas otra vez... Todo al mismo tiempo y consecutivamente... como pocos, tienes ese no sé qué que conecta con uno y te hace genial.

Besos particulares

YOPC

Anónimo dijo...

Concuerdo con la meditadora

Feliz Navidad!

Anónimo dijo...

Dale Richita... duro ahí!

Anónimo dijo...

Bróder, un placer haber estrechado su mano en lo de Postales sub sole.
Grata velada con los "mentores de O Ren-Ishii, padrinos de Marlon Brando, enemigos mortales de Don Francisco, panas de Toni Soprano y testaferros de los Chang"

Saludos y sigamos...