miércoles, 7 de mayo de 2008

Teresa de copiloto


Un amigo del viejo tenía una biblioteca en el baño de su casa, uno de esos que parece una casita de muñecas a dos aguas acuñada debajo de la escalera. Y dentro de aquella caja de yeso las paredes estaban forradas de libros hasta el techo, cosa que ayudaba poco a los claustrofóbicos. El amigo de papá intentaba calmarle a uno el asombro cuando lo veía salir encandilado de aquel bañito: “Yo le debo mi cultura al estreñimiento”. Ése era su lema.

Bueno, yo he decidido cultivarme el intelecto en otro habitáculo: la cabina de mi carro. El truco me lo dio mi esposa que ya lleva como seis libros en lo que va de año. Paso en ese lugar al menos dos horas diarias. A ese ritmo, cuando sea viejo, podré decir: “yo lo único que he aprendido se lo debo al tráfico caraqueño”. Algunos dirán que es peligroso, que eso no se puede ni se debe hacer, que seguro si me ve un fiscal leyendo al volante me meteré en un lío gordo; y no les quito la razón. Pero yo he sido copiloto de amigas que fuman, hablan por el celular, cambian las velocidades y se maquillan con ayuda del retrovisor (todo ello en simultáneo) y cuando el fiscal se acerca para decirles algo lo que se escucha es: “Adiós, mami, ¿vas pa’ la guerra con esa cara pintada?” Así que leerse a Bioy Casares en los 15 minutos que tarda uno en cruzar el semáforo de Santa Paula, se me antoja un delito francamente menor.

El lunes pasado, justo cuando me estaba terminando el capítulo XII de “Diario de la guerra del cerdo”, algo me saltó sobre el último párrafo. Una araña negriblanca, pequeña pero de orgulloso culo de esos que no van con el tamañito. Estuve a punto de soltar el volante y clavarle un manotazo certero que la dejara estampada, como una letra gorda y chorreada, sobre el espacio en blanco. Pero entonces saltó al retrovisor y desde allí se dedicó a lanzarse en rapel desde el borde del espejo hasta frenarse a milímetros de la palanca de cambios. Lo hacía con la panza hacia abajo, subía, ahora invertida con las ochos patas hacia el techo, subía otra vez, ahora con dos mortales y un tirabuzón, subía de nuevo, ahora desde el borde de arriba del retrovisor en caída libre y partiendo desde la posición V para quedar pendulando sobre los mandos del reproductor. Tenía la desfachatez de utilizarme el dorso de la mano como trampolín, me aterrizaba cerca de la muñeca, tomaba impulso moviendo mucho el rabo y se lanzaba por el borde de los dedos tejiendo un puente con el asiento del copiloto, con la rejilla del aire acondicionado, con la manilla de la puerta, con el freno de manos. “Teje, Tere, teje”. Así que desde el lunes ya no viajo solo, llevo a Teresa de copiloto.

Las arañas no son insectos como los otros. Son artrópodos. Los insectos tienen seis patas, las arañas ocho, como los escorpiones y las mariposas (ni mi madre ni mi hermana que son las biólogas me atienden al teléfono, así que hasta aquí llegan mis vastos conocimientos y aquí dejo constancia de mi incultura). Se me ocurre que las arañas son en el mundo de las alimañas lo que los cactus en el vegetal o los crustáceos en el submarino: unos tipos raros a los que todos los demás seres vivientes les pasan por al lado con un poco de apuro, un toque de desprecio y asco mal disimulado, “Coño, dale chola que allí está ese bicho raro que nos puede picar”. Nunca he sido amigo de arañas, me parecen animales incómodos, nobles pero temperamentales. Spiderman, sin embargo, me cae bien, me parece un superhéroe con mucho sentido del humor -que lo utiliza principalmente para burlarse de sí mismo-, el único que alguna vez pedí de regalo al Niño Jesús; lástima que Sam Raimi haya hecho semejante desastre con la versión cinematográfica, el Hombre Araña no se merecía semejante mamarrachada.

Teresa salta en su bungee natural, genéticamente incorporado, hace piruetas de ensueño, mueve el rabo y se ríe con las mandíbulas bien abiertas. Tiembla de la emoción cada vez que acomete un nuevo salto. Me teje, con los pelos que me caen sobre la frente, un Golden Gate a escala que encuentra su otro extremo en el apoya cabezas del copiloto. Se me pasea por la nuca, de allí me interrumpe de un brinco la lectura, se camufla entre las letras, me pone a leer otras cosas. Teje, Teresa, teje. Teresa la tejedora. Tejesa la teresora. Hoy le dio por meterse por el ducto del aire acondicionado. Apagué el aire y bajé los vidrios. Joder, es que me pone como un sensible deplorable y me dio lástima que se congelara, tan pequeña y desnudísima dentro de aquel túnel helado. Salió en un momento, se asomó para decirme algo pero habla tan pasito que nunca le escucho, tembló de la emoción y se lanzó de nuevo entre las rejillas del aire. “¡Coño, panita, no te metas por allí!”, le grité; pero ni caso, ya estaba túnel adentro. El que sí me hizo caso fue un motorizado que, sorteando carros y haciendo maromas para no tropezar retrovisores, me pasaba justo al lado de la ventana en ese instante: “De bolas que me meto, pajúo, si pa’ eso es que tengo la moto”. Me dijo, enardecido, y se perdió entre el mar de autos de un acelerón.

Este mundo está lleno de gente amargada e insensible, Teresa. Mejor vámonos a casa.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Delicado y bello relato de tu arañita,copiloto Teresa, otro más para la colección de escritos sobre animales: Los pericos Akico y Yuraimita , la tortuguita de Barcelona ,los panas perrunos: Tureco, Cacho y Rita, los gallos del insomnio. ¡felicitaciones!
Sofía Giusti.

Anónimo dijo...

Qué delicia de texto, José...

Me hizo la mañana....

Un abrazote.

Roccocuchi dijo...

Que belleza!!! tan bella teresita!!!! me la imagino...... Hermoso este cuento!!

Capochoblog dijo...

Solo tu podías hablar de arañas sin repetir el típico cuento silvestre de siempre.
Me encanto, se me parecio al de la tortuguita.
Deberías tener un tag sobre Mascotas.

Anónimo dijo...

Teresa la tejedora, Tejesa la teresora. Una belleza, Urriola, quién fuera Teresa para tejerte un poco (JA)

La Gata Insomne dijo...

Coño qué vaina tan buena!!

si yo fuera tú, y esto va en serio, me buscaría a un o una ilustradora, de las que hacen ahora maravillas en los cuentos infantiles e ilustraba esta historia. Yo gozé un puyero con las descripciones de malabares arácnidos.
Y el remate final con el motorizado: broche de oro muy al estilo URRIOLA

Anónimo dijo...

Cuando era chica, mi tío se excusaba siempre que llegaba tarde a comer, diciendo que había estado haciendo un nudo con Spiderman y encerrándolo en el trastero. Decía que era un pesado y que, aunque cada día le costaba más por los años, al final, siempre lo lograba. A veces también hacía un nudo con Superman o La Masa. Pero a mí me da pena ese hombre araña, sólo me daba pena de él.

Creo que nunca te llegué a decir lo mucho que me gusta este cuento tuyo. Es tan bonito que creo que a nadie le importaría ser Teresa un rato al día y jugar contigo.

Muchos besos

Anónimo dijo...

Sólo quiero decir lo que es un gran blog ha llegado hasta aquí! He estado alrededor durante bastante tiempo, pero finalmente decidió mostrar mi aprecio por vuestro trabajo! Pulgar hacia arriba, y mantenerlo en marcha!