lunes, 13 de septiembre de 2010

Las herramientas y el túnel


En un pasaje demoledor de “La maravillosa vida breve de Óscar Wao”, de Junot Díaz, Óscar le dice –palabras más, palabras menos- a un par de matones que le quieren dar muerte: “Por favor, no me maten, porque hoy yo no soy para ustedes más que un despreciable gordo mofletudo, desarmado, feo, miope y de tumusa impenetrable. Y seguramente ustedes y sus hijos vivirán toda su vida sin siquiera pensar en mí un instante; pero les aseguro que el día en que se mueran sí que se van a acordar. Porque yo los voy a estar esperando del otro lado y allí entonces tendré todos los poderes que hoy no tengo.

Basta esa imagen de justicia poética para que valga la pena haber conocido a Óscar Wao.

Y también para que uno piense que, al final, lo que importa de verdad es quién te esperará al otro lado del túnel una vez que la luz se apague para siempre de este lado y la única que quede encendida esté allá, al fondo del pasillo. Habrá gente que lo recibirá su perro moviendo la cola, esa imagen me gusta un montón. Imagino que uno sabrá lo que le espera apenas reconoce las caras de los miembros del comité de recepción.

Un amigo me dijo una vez que la vida no se parecía tanto a una caja de bombones, que en eso Forrest Gump se equivocaba por milímetros, que la vida se parecía más bien a una caja de herramientas. Que los padres de uno, los maestros, los amigos, la gente que te influye, te van regalando instrumentos, aquellos que consideran necesarios para emtrompar la existencia: un taladro, una llave inglesa, unos tornillos, unas arandelas, un juego de destornilladores, una cinta métrica. Lo hacían, claro está, con la mejor de las intenciones, de manera que uno fuera llenando su caja metálica con las mejores herramientas posibles para desarmar y volver a construir; pero entonces la vida (a la que se le ocurren siempre unas cosas rarísimas) te ponía en una situación en la que la tarea era colgar cuadros de una pared. Y tú buscas y rebuscas en tu caja de súper herramientas Black & Decker con punta de titanio y en esa vaina no hay un martillo ni un miserable clavo.

Colgar cuadros con apenas un taladro de doble velocidad es un lío. Ni se diga pintar paredes con una llave inglesa o con un destornillador de estrías.

Vuelvo a la imagen de Óscar Wao esperando a sus victimarios al otro lado del pasillo. Hay espíritus que deben ser poderosísimos, que se ganaron aquí todos los cupones para gozar de todas las herramientas y las habilidades para utilizarlas allá. Franklin Brito, por ejemplo, debe ser hoy una especie de Gandalf blanco, el gran maestro de obras que aguardará a algunos (desnudos y friolentos, como bebés recién paridos) a la salida del túnel.

—Epale, te acuerdas de mí, ¿verdad? Sí, claro que te acuerdas. Vente por aquí que necesito que me cuelgues unos cuadritos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Oscar Wao, Frankliun Brito y el más allá, perfecto engranaje muy propio de Urriola.
Admiro la valentia del mártir venezolano , tan coherente con sus ideales y luchador digno hasta el final.

Anónimo dijo...

Sublime. Brillante. Gracias por estas palabras tan bien dichas

Miguel A. Salas dijo...

La metáfora de la caja de herramientas está muy buena. Y el juicio al otro lado del túnel ni se diga...