jueves, 9 de junio de 2011

La yincana americana


Cuando yo era niño (Dios, hace cada vez más tiempo de eso) pasaban en el canal 5 por las tardes una cosa extrañísima y fascinante llamada el Telematch -narrada y traducida delirantemente por el colombiano Andrés Salcedo- donde se enfrentaban dos pueblos alemanes en una competencia de yincana. El pueblo ganador se llevaba un premio en metálico que recibía el alcalde. Ese concepto que alguna vez enfrentó a Zwochau Grabschutz contra Albertschachthauser (pueblos solamente pronunciables por los alemanes y por Andrés Salcedo) fue más tarde adaptado por programas nacionales como Viva la Juventud, Sábado Sensacional (con mucha menos felicidad) y más recientemente por la página web de la Embajada de los Estados Unidos.

Como tengo vencida mi visa de turista y un amigo venezolano que vive en México me dijo “es facilísimo renovársela aquí, yo lo hice en una semana”, me decidí a buscar mis recaudos y proceder a pedir mi cita por Internet.

No imaginé jamás a lo que me estaba enfrentando.

La primera prueba de la yincana americana consiste en llenar online una planilla alucinante que debe ser completada en un tiempo máximo de 20 minutos. Lo intenté no menos de siete veces y en todas las oportunidades los tres pitazos del árbitro me sorprendieron cuando yo, aunque lo hacía a ritmo febril y a toda la velocidad que me era posible, iba por menos de la mitad de la planilla. Justo cuando estaba a punto de lanzar un sofá contra la pantalla de la computadora, apareció mi cuñada con cara de pánico y me preguntó qué me pasaba. Le respondí con todas las groserías que me sé, más algunas nuevas que se me ocurrieron en ese instante, mientras señalaba con el dedo a la computadora. “Cálmate, yo te ayudo”, dijo con tono de maestra zen. Acercó una silla, apaciblemente se colocó a mi lado y reiniciamos la yincana ahora a cuatro manos.

Respondimos a velocidad de vértigo absolutamente todas las decenas de preguntas insólitas; incluso superamos las cuestiones sobre si usted cuando se sacaba los mocos de chiquito era un purista y los dejaba tal cual, tenía tendencias escultóricas (los convertía en bolitas o los aplanaba en barritas como de plastilina) o se inclinaba más bien por la gastronomía. También completamos la parte que exigía respuestas sobre las últimas 5 entradas en las que el solicitante pisó territorio estadounidense, con fechas de ingreso y tiempo exacto de cada una de las estadías. Y estábamos a punto de lograrlo cuando en eso apareció en pantalla una prueba inesperada, aún más difícil que subir al Ávila con una cuchara entre los dientes sosteniendo un huevo sin que se caiga: “Have you ever been ten printed?” a lo que ambos no tuvimos otra opción que responder a coro: “¡¿Pero qué coño de la puta madre es esa mierda, no joda?!”. Porque, claro, si te pones en ese momento a buscar un diccionario o a pedirle al deplorable traductor de Google que te dé señas para saber qué significa eso de haber sido alguna vez “ten printed” te jodiste, se acabó el tiempo, aparece el alcalde de Albertschachthauser (que es idéntico a Freddy Bernal pero bávaro) y se lleva tu premio a su casa. Yo hasta me puse a pensar frenéticamente en cuándo tuve alguna vez el número 10 impreso en alguna parte, porque en el equipo de futbolito del colegio yo fui el número 10 (pero luego me acordé que se lo cambié a Diego Melchert, a quien le había tocado el 8 que a mí me gustaba más… así que el que estaba jodido era Diego, el pobre, viviendo hoy en los Estados Unidos y con unos morochos de 3 años). Mientras averiguábamos –con el corazón puesto sobre la mesa al lado de un florero- que “ten printed” significaba que alguna vez has sido detenido por la policía norteamericana y te han tomado las huellas dactilares de los diez dedos (quién sabe si de los pies) se nos fulminaron los 20 minutos y entonces, a cuatro manos esta vez, nos dispusimos a lanzarle el sofá a la computadora. Justo cuando estábamos en la cuenta regresiva para encajar el sofá contra la pantalla apareció mi esposa en escena, colocó al sofá de nuevo en su sitio y nos dijo: “Calma… yo me encargo”. A lo que respondimos con una carcajada de puro sarcasmo y frustración concentrada.

Mi esposa se dio cuenta de un detalle desapercibido hasta entonces en las anteriores 20 oportunidades en las que habíamos intentado, por lo menos, llegar a la final del Telematch. Al principio de la yincana americana hay un código alfanumérico que debes anotar, si el tiempo para llenar la planilla te resulta insuficiente introduces ese código y la página queda guardada para que puedas continuar a partir de ese punto sin tener que reiniciar toda la competencia.

Claro, eso lo hacía todo más viable, más humano… pero definitivamente mucho menos divertido.

Logramos entonces, esta vez a 6 manos y con el comodín bajo la manga, completar la planilla. Tuve que jurar, por supuesto, que jamás había sido arrestado, que no tenía intenciones de participar en grupos guerrilleros ni terroristas en territorio estadounidense, que tampoco estaba dispuesto a viajar a los Estados Unidos para violar a leyes y/o personas. Y que no, no quería tampoco –o no lo tengo planeado, lo juro- asesinar a nadie ni cortarlo en pedacitos para dejarlo enterrado dentro de una bolsa negra en las arenas de las playas de Florida.

Envié la planilla con un movimiento glorioso y eufórico de dedo haciendo clic sobre el botón correspondiente.

Mi cita fue aprobada y se me envió un mail con las instrucciones para poder participar en las pruebas 2 y 3 de la yincana americana. La 2: ir a poner mis huellas dactilares en un sitio. La 3: ir a la entrevista con los agentes de la embajada en un lugar que queda a 8 cuadras del primer lugar. El detalle: ambas citas están programadas exactamente para el mismo día y a la misma hora.

Tengo un mes para practicar el don de la ubicuidad. Un mes justo para aprender a desdoblarme, para cultivar las artes del hombre par y así estar en dos lugares distintos simultáneamente. Ya lo tenemos decidido, el primer José Urriola (que creo ser yo) irá a poner las huellas dactilares mientras el otro José Urriola me está representando magníficamente (mucho mejor que yo) 8 cuadras más allá. Les juro que si lo logro me lanzaré (bueno, uno de los dos se lanzará, y me imagino que será él) a la candidatura por la alcaldía de Zwochau Grabschutz. Y esta vez haremos morder el polvo a esos miserables de Albertschachthauser.


13 comentarios:

Ana dijo...

Viel Glück für deinem Amerikanische Telemacht! :)

Unknown dijo...

heyyy yo estaba escribiendo un correo sobre telematch a la presunta implicada que escribio arriba, esto es un dichoso caso de sincronia?

Julieta Buitrago dijo...

No tienes idea de lo que me he reído con este post!

Julieta Buitrago dijo...

No tienes idea de lo que me he reído con este post!

Jose Urriola dijo...

Ana Patricia... No sé qué significa eso que pusiste pero viniendo de ti, además de darme risa, estoy de acuerdo.

Germán: Las sincronicidades, mi pana, existen. Y son mucho más grandes de lo que uno imaginaría.

Julieta: Qué bueno que te reíste. Hace reír es mucho más difícil que hacer llorar (así que lo tomo como un cumplido).

Gran abrazo para los tres,
Jose

Anónimo dijo...

Jose ja,ja esto está muy bueno , pero lo mas grave es que no hay exageración en tu gracioso relato. Imagínate lo que me espera, tengo vencida la visa americana, y mi licencia de manejar está vigente hasta manaña diez. Todo hay que hacerlo por internet, bajando las fulanas planillas. Ya comenzó la inútil batalla.

the goddamn devil dijo...

de verdad... ese recuerdo del telematch fue hermoso, aunque de pana Jose, esa vaina del pasaporte se parece mas al concurso chino tambien pasado por sabado en rctv conquista del fuerte del cual de casi 400 siempre llegaban 5 y de verga y bueno, eso no era fácil...
y bueno, para el don de la ubicuidad, consulte al señor raiden que de eso el sabe mucho...
saludos mister muy bueno

Anónimo dijo...

Genial como siempre... súper divertido!

rocio dijo...

Mi Joseeee, esa planilla es causal de gastritis, úlcera y todo tipo de mal estomacal que pueda provocar el stress. Ahora quiero ver el post post-cita. A mí me interrogaron exhaustivamente. Me preguntaron desde si tenía propiedades en el país hasta cuántas veces había ido a los Estados Unidos y cuántos días había permanecido en cada una de esas oportunidades. Me pidieron copia y original de la libreta del banco, copia de la visa de todos mis familiares... menos mal que tenía todo, pues me había llevado una carpeta que contenía desde fotos de mis perros hasta fotocopia en fondo negro de las plantas de mis pies.

¡Besos muchos Jose y toda la suerte en el desdoblamiento el día de la cita!. Te quierooooo.

María Antonieta Arnal Parada dijo...

Muy bueno y cómico. Menos mal que lo escribiste porque así me mentalizo para noviembre, que es cuando me toca llenar la planilla para llevarla para la cita.

Anónimo dijo...

que broma tan buena mi chamo querido jajajajajaja si logras desarrollar el don de la ubicuidad por fa compartelo conmigo jajajaja

adriana bertorelli p. dijo...

me gusta que vayas practicando el don de la ubicuidad. por cierto, cuando lo tengas bien dominadito me gustaría comentarte algo sobre un camión blindado y una coartada.

Anónimo dijo...

Jose, llegue garde a leer esto (lentamente como me caracteriza) pero me duele la panza de tanto reir. Que genial eres. Un fuerte abrazo.

Diego (el numero diez). Como carajo te acuerdas de tantas vainas