lunes, 4 de junio de 2012

Gremlin



Pana, ¿cómo es que se llamaba el Gremlin? Yo no me acuerdo, tengo rato tratando de acordarme cómo se llamaba ese loco y nada. ¿Gualberto? ¿Heriberto? ¿Gilberto? Bueno, el Gremlin, ése, el que era técnico de Cinemakit y la gorda María Esther se lo llevó para que nos echara una mano con el documental que estábamos haciendo por Paraguaná, ¿te acuerdas? El pana era flaco y cabezón y le faltaban estos cuatro dientes de aquí adelante. Parecía un LTD de eso del 78 que ha perdido la parrilla y tiene un hueco en el medio de la cara enmarcado por los faros.  Y lo peor es que el loco no paraba de reírse nunca.

Bueno, ese día nos fuimos a grabar al Cabo San Román, allá donde Alfredo hasta el sol de hoy jura que no dejó los interiores azules enterrados en la arena luego de que hizo lo que hizo; pero todos sabemos que sí. Que no nos venga a joder. Porque eran azules los interiores y el traje de baño amarillo, y se transparentaba. Y de pronto Alfredo dijo “ya vengo” y  se perdió entre las dunas y cuando volvió se metió en el mar y entonces salió todo transparentado y ya estaba mojado y con la tela amarilla pegada del culo desnudo.  Nosotros estábamos ahí esa tarde grabando el paisaje, con el trípode clavado en la arena y la cámara apuntando al horizonte (“ese pedazo de costa allá al fondo es Bonaire, güevón”, dijo alguien) y en eso entonces el Gremlin gritó: “¡Marico, mosca, viene un perro!” y venía ese loco corriendo por la playa con un perro atrás tirándole mordiscos a los tobillos. Y corrimos todos, dejamos esa cámara ahí abandonada, y yo te juro que no sabía que era capaz de saltar tan alto. Me subí de un brinco al techo de la camioneta y cuando aterricé allá arriba, parado (porque caí parado, te lo juro), ya había como 15 personas montadas en ese techo. Incluyendo a la Gorda, güevón. No me expliques cómo la Gorda corrió más y saltó más que todos nosotros. La Gorda era la primera, paradita en el centro.

El perro nos estuvo ladrando y mostrando los colmillos hasta que se cansó y se fue. Y el Gremlin le ladraba desde arriba y le pelaba los dientes que no tenía. Yo creo que el perro se asustó, pana, porque imagínate tú cómo sería un mordisco del Gremlin. Seguro que el perro pensó esa vaina. Y aunque el perro se fue y lo vimos perderse detrás de las dunas nos quedamos un rato abrazados todos allá arriba y haciendo equilibrio sobre el techo de la camioneta de Hans. Y entonces yo eché el cuento de Tureco, un perro del llano venezolano que era el único capaz de ahuyentar al Silbón, al Silbón, viejo, que tiene piernas de 4 metros de altura y que cuando silba lejos es porque está cerca y cuando el silbido se oye de cerca es porque está lejos, y que lleva un costal con los huesos de su papá al que mató a machetazos y anda buscando gente para meterla en el mismo saco y con el mismo machete. Y la tarde comenzó a caer y yo seguí contando cuentos de espantos y de aparecidos y de vainas raras de esas que me contaba mi papá y la Gorda comenzó a cagarse, chamo, a cagarse en serio. Pero la estábamos pasando bien en ese techo y además alguien se sacó de la maleta una botella de ron y nos la estábamos bebiendo a pico.

Cuando por fin nos bajamos del techo –por insistencia de la Gorda, que si no nos quedábamos hasta mañana– era ya de noche cerrada y la verdad no teníamos idea de cuál era el camino de vuelta a la casa de Paula donde nos estábamos quedando en Adícora.  Pero eso no importaba porque a esa edad uno es inmortal y el camino se lo inventa uno. Entonces, cuando estaba a punto de subirme a la otra camioneta, la de Roberto, se me acercaron Hans y el Gremlin y me llamaron aparte: “Chamo, llévense ustedes a la Gorda y manténganla cagada, nosotros nos vamos a adelantar y los esperamos escondidos cerca de la carretera. Vamos a asustar a la Gorda”. “Sí va, panitas”.

Yo no sé qué otros cuentos nos inventamos durante el viaje de regreso, creo que hablamos de la Llorona y de la Sayona y de no-se-quién a quien el papá muerto lo había despertado la noche de su aniversario con una nalgada (porque nadie en esa familia se había acordado de hacerle misa ni llevarle flores a la tumba), qué sé yo, lo que sé es que cuando estábamos llegando a la carretera ya se nos había olvidado lo del plan de Hans y del Gremlin para asustar a la Gorda y lo que veníamos éramos cagados del miedo todos.  Entonces, en medio de la oscuridad, con un frío interno que ni el ron podía ya con él, nos ha saltado una vaina encima y chocó durísimo contra la ventanilla del puesto del copiloto donde iba la Gorda sentada. Era un aparecido con un trapo cubriéndole la cabeza. La Gorda gritó y gritó, con un alarido que se parecía un montón al llanto, y cuando el espanto por fin dejó de retorcerse y pegar gruñidos y se quitó el trapo de la cabeza, nos dimos cuenta de que era el Gremlin cagado de la risa con su sonrisota hueca. Coño de su madre. Nos estuvimos riendo kilómetros. Todos menos la Gorda, bueno la Gorda también, lo que pasa es que alternaba las risas con mentadas de madre.

Nos estuvimos riendo hasta que pasó lo de la vaca. Una vaca, loco, nosotros como a 120 kilómetros por hora en medio de la noche y de repente aparece una vaca en medio de la carretera y ni la vimos. Aquella vaina sonó como si hubiéramos chocado de frente contra un autobús y no entendíamos nada hasta que nos dimos cuenta de que estábamos cubiertos desde el pelo hasta el dedo gordo del pie con mierda de vaca. Todo estaba salpicado, el mundo era marrón, todo marrón, viejito. Nos cayó bosta hasta dentro de la boca. Nos bajamos temblando y vimos a la vaca estaba tirada allí sobre la orilla del camino; hacía así, güevón, con las patas, como si tuviera epilepsia. Y la camioneta de Roberto estaba destrozada con el radiador partido en dos.

Pero estábamos cerca ya. Le encajamos una toalla al radiador y decidimos seguir hasta la casa. Te juro que nadie habló hasta que por fin llegamos al baño a quitarnos el mierdero de encima.

“Chamo, qué coño les pasó”. “Una vaca, marico, atropellamos a una vaca”. “Mierda”. “Sí, eso, exactamente”.

Esa noche nos acostamos temprano. Coño, panita, es que te confieso que yo una vez de carajito le di la mitad de un helado de uva a un tucán que tenía en su jardín la vecina y creo que lo maté, lo dejé allí temblando del frío sobre el palito y huí, y ahora, años después, era cómplice también del asesinato de una vaca. Esas vainas uno las tiene que pagar, ¿no? Seguro que cuando yo me muera a mí San Pedro no me deja entrar y me dice: “a ti te salen 200 años de purgatorio nada más que por lo de la vaca y el tucán, coño e’ tu madre”. Bueno, el punto fue que nos acostamos a dormir porque estábamos reventados y literalmente hechos mierda. Y cada quien se metió en su litera, en su colchoneta inflable, en su saco de dormir, todos menos el Gremlin que dijo: “yo voy a guindar mi hamaca aquí afuera y me voy a dormir mirando a las estrellas”. Lo último que recuerdo fue al loco amarrando un mecate de la única palmera que había en ese patio.

“¿De verdad este pana va a dormir allá afuera?”. “Sí, vale, ese carajo duerme donde sea”.

Ahí lo dejamos. Creo que fue una de las pocas veces en mi vida que puse la cabeza sobre la almohada y me dormí. Me dormí como si me hubieran desenchufado.

Me desperté con el estallido. Fue primero como un desgarro y luego una explosión, un estruendo, como si nos hubiera caído la turbina de un avión sobre el techo de zinc. Yo fui uno de los últimos en salir. Cuando llegué al patio ya estaban Roberto, Alfredo, Gaby, Paula, Nelson, Stacy, Hans y la Gorda afuera. Ah, y el Gremlin. El Gremlin, panita, en medio de todos ellos. El Gremlin en interiores, marico, con los brazos cruzados y titiritando del frío. Yo creo que es la única vez que el Gremlin no se estaba riendo en su vida. Y detrás del Gremlin la palmerota tirada en el suelo. Apenas quedaba en pie un pedazo de tronco como de un metro de altura y con la parte de arriba toda astillada y chamuscada.

“Coño, ¿y aquí que pasó?”, pregunté. “Un rayo, chamo, yo creo que fue un rayo” respondió el Gremlin. Y luego agregó, mirando todavía al piso, “Yo estaba durmiendo y de repente sonó un carajazo, me caí con hamaca y todo y de vaina se me cae la palmera encima. Estoy vivo de vaina”.

Y lo más inexplicable, viejo, era que no estaba ni lloviendo ¿Tú me puedes explicar?

“Bien hecho, carajo, eso les pasa por estarme asustando”, sentenció la Gorda, y dicho esto se fue tongoneándose hacia su cuarto con su inmenso fundillo a cuestas.

¿Y sabes por qué nunca te eché este cuento hasta hoy? Porque no podía, panita. No me salía. Han pasado como veinte años y nada que podía. Pero llevo ya algún tiempo recordando a la Gorda. Pensando un montón en ella. Quién coño se iba a imaginar que poco después se nos iba a morir en ese accidente de tránsito. Tanto bicho malo que nada que se muere y Dios se antoja de llevarse a la Gorda y además así, de esa manera. Y yo me he pasado todos estos años con ganas de recordarlo con ella. Irla a visitar y decirle: “Mira, GoLda, ¿tú te acuerdas de aquel viaje a Paraguaná con el Gremlin?”. Seguro que se cagaba de risa. Y nos volvía a mentar la madre a todos. Es que veinte años sin esas risas y esas mentadas de madre es demasiado tiempo, viejito. 

7 comentarios:

María Antonieta Arnal Parada dijo...

Muy cómico y lindo por lo de la Gorda.

Anónimo dijo...

Amigo, qué historia tan emocionante y tan bien contada. Arranqué riéndome y acabé triste. Bien logrado.
Saludos,
L.A.I.

Gaby dijo...

Ay, mi compis, se me quedó el corazón arrugadito. Yo también la extraño un montón y siempre pienso en dónde estaría ahora de no haber pasado ese accidente. Por ahí hay todavía mucho material para que sigas contando historias.

Anónimo dijo...

Siempre tus recuerdos con compañeros de clase y tus anécdotas de viajes a festivales de cine ,son "interesantes e importantes"..... A propósito en preescolar, ya te inquietabas por el significado de las palabras, discutias en una revista del Kinder la diferencia entre estas dos palabras Interesante e importante,que tiempos aquellos para este benefactor que nos entretiene hoy con sus "Rostros de Arena"

Anónimo dijo...

Mi chamo querido que genial me rei hasta mas no poder, de pronto me descubri con los ojos llenos de lagrimas. Que gracioso y que bello...

Anónimo dijo...

Has vuelto.

Anónimo dijo...

Perdón:Como recordaba el pasado de Jose, me equivoqué; "Trazos de arena" era la columna periodística del padre, quise decir" Rostros de Viento".Total todo quedó en flia como dice Alexis Márquez " hijo de gatos caza ratones"