Estoy convencido –es de las pocas verdades
que aún sostengo de forma irreductible en esta vida– de que acabamos pareciéndonos,
sobre todo, a la música que escuchamos. Como si esa sustancia musical, armada
de sonidos, ruidos y silencios fuera también rica en un material genético que
se nos inocula a través de los oídos para incorporarse armónicamente a nuestras
cadenas del ADN.
Pero no todas las músicas son capaces de
causar semejantes estragos (afortunados estragos, porque los accidentes
sublimes también existen) en esa enorme reacción química que somos. Ante la
inmensa mayoría de estímulos musicales reaccionamos con la activación de los
más complejos mecanismos de defensa. Como si los anticuerpos de nuestro
organismo también sirvieran para contrarrestar algunas infecciones al tiempo
que caprichosamente deciden bajar la guardia y rendirse ante otras.
Encontrar nuestra música –esa que nos hace
mella, la que nos significa algo especial, la que es capaz de desdoblarnos,
emocionarnos, conmovernos, alegrarnos y construirnos toda una película insólita
salida quién sabe de dónde en las cabezas– es una labor durísima. Una tarea de
investigación que no se agota nunca. La vamos a gozar y padecer mientras
tengamos vida. Estamos condenados felizmente a ello. Un melómano –eso pienso– no es alguien que
sabe mucho de música, no debería ser sinónimo de conocedor musical, sino
alguien a quien la música le significa algo sustancial que le permite conocer
al mundo desde un abordaje poco convencional y así llegar –con suerte– a
conocerse mejor a sí mismo a través de esa materia musical que escucha y le
obsesiona. Y que provoca, efecto colateral inevitable, la imperiosa necesidad
de compartirla.
Se hace necesario entonces el intento de
construcción de una autobiografía musical. Dar cuenta de cuáles fueron esos
puntos de inflexión que musicalmente ayudaron a edificar la persona que somos.
Qué fue lo que ocurrió para que en determinados instantes de la vida
descubriéramos dónde estaba nuestra música y así, en un curioso pero también
inevitable proceso de fascismo musical, decidiéramos: “esta es mi música, es la
mejor de todas, quien también la escucha y la goza es de los nuestros; pobres
de los otros condenados a escuchar basura”. Sí, a las cosas por su nombre, no
nos pongamos con rodeos ni a dorar píldoras, el fascismo musical existe y quienes
oyen otras cosas puede seguramente que tengan otras virtudes pero en materia
musical están equivocados. Han escogido un mal camino.
En cierta oportunidad, sería yo un adolescente
en aquellos días, tuve una discusión con mi hermana María Margarita (La Negra)
que me dejaría marcado de por vida. Estábamos escuchando su música –que en
aquellos tiempos juraba yo que también era la mía– y en ese instante, presa de
esa euforia que pocas cosas como la música son capaces de detonar, ella
sentenció: “A mí me encanta el rock porque es la música de mi generación”. A lo
que yo respondí: “A mí también, porque yo también soy de la generación del rock”.
Entonces me soltó una frase lapidaria que me demolió: “No, chamo, tu generación
será la de otra música, quién sabe qué estarás oyendo tú cuando seas más grande”.
Y su comentario me cayó pesadísimo, me dejó lesionado y ofendido (además de
marginado, allí orillado al borde del camino, sin asidero musical); pero a la
vuelta de unos años entendí que tenía toda la razón. Que me tocaba a mí
encontrar mi propia música. Que si bien había temas que disfrutaba enormemente,
esa era una música prestada; era la de mis padres, la de mis hermanas, la de
los amigos, la que sonaba en la radio o la que escuchaba mi primo José Agustín
(mi grandísimo mentor musical) mientras practicaba con su batería Yamaha de un
negro que sólo tienen algunas perlas; pero definitivamente me tocaba a mí
procurarme mi propio camino. Un trayecto de autodescubrimiento que apenas
empezaba torpemente a recorrer.
La memoria es caprichosa, ya lo sabemos, se
empeña en rescatar algunos picos de la existencia mientras deja sepultado en
los valles del olvido todo lo demás, pero me parece recordar hoy que la culpa
(ese grandísimo punto de inflexión donde hallé mi música y por consiguiente me
hallé) la tuvo “Urgh, A Music War” (1981), un documental que compilaba las
presentaciones en vivo de una cantidad insólita de bandas poco conocidas que
habían servido de “teloneras” para abrir los conciertos de la gira mundial de
The Police. No me explico cómo –insisto en que los accidentes sublimes también
existen– esa cinta de VHS llegó a manos de mi primo, le echó una ojeada
desinteresada y me la pasó: “Aquí hay un pocotón de vainas locas, dale un
vistazo a ver si encuentras algo que te guste a ti”.
Me llevé aquel tesoro a casa y lo puse en el
reproductor de VHS, le di play y ocurrió la magia. Sonó este tema de Wall of
Voodoo, una banda de la que no tenía somera idea y que no se parecía ni
estética ni musicalmente a nada de lo que hubiera oído en mi vida.
Desde ese instante, lo supe, ya no volvería a
ser el mismo. La culpa, hay que echársela a alguien, sobre todo cuando
enmascara un agradecimiento, es de la música y sus impactos en esos diminutos
laboratorios del organismo. Es una excusa, digamos, de naturaleza química.
5 comentarios:
y la musica que encontraste es mucho mejor que la mia...
Otra para agregar a la selección musical que compartimos.
Hola José, definitivamente fan sin remedio de tus textos.
Eso que dices es tan cierto... la música es una de las piezas del rompecabezas que eres, y como tal tiene que encanjar en tí de forma perfecta. Los canales son reacciones químicas, se siente una asfixia, te llena(como si el soplo de Dios te invadiera el cuerpo). Me pasa con algunas bandas y canciones; para mi, cada etapa de mi vida ha tenido su banda, su canción relevante.
Tuve un amigo en la adolescencia que me enseñó a romper los paradigmas musicales, él era fan de Loo Read y Marlene Dietrich; en esa época yo escuchaba a Bach y a Chopin, porque era estudiante de piano. Tal vez ese fue mi punto de inflexión, tenía 15 años. Luego exploré mucho en la música del mundo junto a mi ex. Me pasa igual con los libros, escucho y leo todo lo que cae en mis manos y en mis oídos, y muchas son las cosas que no vuelvo a escuchar, ni a mencionar.
Un abrazo José.
Cuando estaba en la adolescencia me gustaba Menudo; en la universidad me encantaba Franco De Vita. Ahora me gusta la música clásica.
Jose - Tienes todavia la cinta de VHS? Ahora sí que me dá curiosidad verla!
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