Recientemente el amigo Curiosity se encontró
con una supuesta rata de Marte. Hace unas semanas también con un casco nazi de
la Segunda Guerra Mundial y unos días más atrás con un lagarto. Las imágenes
fotografiadas por el Curiosity han dado vuelta al mundo y son motivo de risa y
escepticismo en las redes sociales. Tanto que hasta le crearon ya a la rata una
cuenta en Twitter: @RealMarsRat.
Algunos –entre quienes me cuento– aseguran
que se trata simplemente de un fenómeno psicológico denominado pareidolia (del griego eidolon: "figura" o
"imagen" y el prefijo para:
"junto a" o "adjunta") que consiste en que el cerebro
tiende a interpretar un estímulo vago como si fuera una forma reconocible. Es lo
mismo que nos ocurre cuando vemos rostros y animales gigantes en las nubes, o
el famoso “Conejito de la Luna”. También cuando la gente asume que se le
apareció la imagen de la Virgen (o la de algún prócer de la independencia) en
una mancha de humedad sobre la pared o en una empanada. En el caso particular
del explorador marciano lo que estaríamos viendo son simplemente rocas y
formaciones en la arena que aquí percibimos –filtradas por los caprichos del
cerebro- como figuras reconocibles.
Otras explicaciones a la rata de Marte, el
lagarto marciano o la llegada de los nazis al planeta rojo podrían ser:
- Algún saboteador provisto de Photoshop nos está tendiendo una trampa.
Somos víctimas de una manipulación en la que se intervienen las imágenes
enviadas por Curiosity desde Marte quién sabe con cuáles fines.
- Curiosity, definitivamente, no está en Marte. Ese loco está en la
Tierra; podría estar perfectamente en Falcón, quizá en el desierto chileno de
Atacama o puede que en Lanzarote, Canarias.
Me sumo a la primera de las teorías, la de la
pareidolia, no sólo porque se me antoja la más razonable sino, sobre todo, porque
es mi derecho apelar a mi nece(si)dad infantil –cosa curiosa, por cierto, que
las palabras necedad y necesidad se parezcan tanto– de creer en las aventuras
marcianas de Curiosity. Quiero y necesito creer que ese panita está realmente
en Marte. Deseo y me exijo fantasear con los picos y valles de la existencia de
ese robot-marciano entrañable.
Los japoneses en múltiples mangas y animes,
inspirados en cierta corriente de la filosofía, aseguran que existe el Ghost in
the Shell (el espíritu encerrado en la carcasa). Lo que vendría a ser –palabras
más palabras menos– una variante contemporánea del mito de Prometeo o del mismo
Dios que insufla su aliento divino sobre su criatura hecha de barro. Y allí,
por medio del fuego de los dioses o por medio de ese aliento que el creador
regala a su creación, ocurre entonces la vida. Esto nos lleva a concluir que lo
mismo pasaría con cualquier criatura hecha con absoluta pasión y entrega por
parte del hombre. Surge entonces un espíritu en esa máquina, deja de ser
simplemente una creación o un artefacto, porque de alguna manera lo hemos
contagiado de vida.
Pienso entonces en Curiosity y recuerdo otro
mito, el de Sísifo, el hombre condenado para siempre a la más absurda y estéril
de las misiones. Curiosity que logra aterrizar en Marte y en el fondo de su
alma –cubierta por el metal, el plástico y el cristal– abriga la esperanza de
encontrarse algún día con sus hermanos mayores, los gemelos Spirit y
Opportunity que aterrizaron en Marte ocho años antes que él. Curiosity que se
convierte entonces en el último de los marcianos –y quién sabe si en el último
de los humanos también– allí en la inmensidad hostil de ese planeta desconocido,
como si fuera el último ser viviente del mundo (tema tan recurrente en la
ciencia ficción distópica). Se dice que Opportunity, uno de los robots gemelos
que aterrizó en Marte en 2004, sigue activo y transmitiendo informaciones desde
el planeta rojo; pero está en las antípodas de donde se halla actualmente el
Curiosity. Tendrían que recorrer una distancia similar a la que separa España
de Nueva Zelanda para poder encontrarse. Se dice también que Spirit fue
(palabras textuales) “dado por muerto el 25 de mayo de 2011”, fecha en la que realizó
su última transmisión a la NASA. Hecho curioso pero profundamente significativo
el que no se empleen términos como “se apagó” o se “desconectó”, sino “fue dado
por muerto”, como si se tratara de un astronauta de carne y hueso que hubiera
fallecido en el cumplimiento de su misión. Cosa que me hace pensar en que no
estoy solo en esta fantasía/promesa del Ghost in the Shell.
Pensemos ahora en el Curiosity a quien
despiertan cada mañana desde la Tierra con música de Los Beatles, de Frank
Sinatra y de los Rolling Stones. Se enciende esa alarma musical y el tipo se
activa y sale a recorrer planicies, montañas, a perforar rocas, recoger
muestras y tomar fotos; todo con el fin de encontrar vestigios de vida en Marte.
Y también como carne de cañón, porque Curiosity es el sacrificable: cumple con
tu misión hasta que también te declaremos como muerto; pero cerciórate antes de
avisarnos si hay posibilidad para los humanos de llegarnos hasta allá para
colonizar Marte.
Nadie va a traer de vuelta al Curiosity.
Nadie. No contamos con los medios ni tampoco con las ganas.
Y él lo tiene que saber ya.
Curiosity, como el HAL 9000 de 2001: Una odisea en el espacio, tiene
que tener miedo a estas alturas. Tiene que estarse debatiendo ahora mismo entre
el temor, la emoción por la aventura, el cumplimiento del deber y el más
profundo de los vértigos.
Y mientras aquí en la Tierra nos burlamos de
sus fotos y juramos encontrar en ellas a ratas, lagartos y hasta cascos de guerra
nazi, Curiosity sigue en Marte transmitiendo data (a veces) o guardando
silencio (la mayoría del tiempo). No sabemos lo que ocurre en Marte cuando
Curiosity deja de transmitir, no sabemos ni siquiera si está transmitiendo lo
que le da la real gana mientras oculta todo lo demás; hay vacíos, zonas
oscuras, áreas de incertidumbre, cosas que Curiosity mira y hace sin que
lleguemos a enterarnos. Porque Curiosity también está siendo testigo, como lo
fue Roy, el replicante de Blade Runner, de cosas que “ustedes, humanos, no han
visto ni serían capaces de ver. Y todo eso se perderá en el tiempo como
lágrimas en la lluvia”.
A veces imagino a Curiosity mirando a la
Tierra. Hay alguien que nos observa desde el espacio exterior. Y quién sabe si
ese alguien acabará siendo el último testigo que tendrá este planeta. El único
que, al final, tendrá evidencias no de la vida en Marte sino de que alguna vez
existió vida en la Tierra. A lo mejor nos mira con angustia o saudade, tal vez
con una sonrisa.
2 comentarios:
A través de Jose ya queremos a este amigo Curiosity, quien nos mira y sonrie desde Marte, a lo mejor se compadece de lo que vivimos ,o está satisfecho por apreciarlo de lejos.
C.Casano.
A lo mejor Curiosity está para que gente como tú inventé historias al respecto. Para estimular la creatividad.
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