jueves, 2 de octubre de 2014

Error familiar.


Los personajes son dos hermanos: Matt y Tom. Matt es el mayor, y el alto,  y el delgado, y el que viste siempre los elegantes trajes y corbatas, y es que además es el líder de The National, una de las bandas de indie rock más importantes del momento. Tom es mucho más fácil de describir: es un don nadie. Porque Tom es 9 años menor, de la fauna de los gorditos metaleros, ése que nunca logró independizarse de sus padres y que se embute a presión en franelas negras que dicen Megadeth y cosas así. Y resulta que Matt, en gesto magnánimo digno de su altura, invita al pobre Tom a acompañarlos en una gira mundial de The National para que ayude con la logística, cargue los amplificadores, tenga por fin un oficio. Y como Tom es “cineasta” (ha hecho un par de películas caseras de terror gore, una cosa infumable que no han visto ni sus padres) entonces decide llevarse su camarita de video para hacerle un documental a The National.

Mistaken for Strangers (Tom Berninger, 2013) es la cosa que menos se parece en el mundo a lo que uno podría imaginar debería ser un documental sobre una banda de culto como The National. Qué va, aquí no vamos a ser testigos de la tensión entre los miembros del grupo durante la gira, tampoco vamos a padecer las dificultades del proceso creativo de unos músicos atormentados en su propia genialidad que se encuentran surfeando sobre la cresta de la ola, ni siquiera vamos a escuchar la cada vez más sólida y abrumadora obra musical de The National en sus conciertos masivos… no, esta es la película sobre un náufrago en su naufragio.

Y desde el principio de la película, en una escena que se repite con sus variantes una y otra vez, Matt (el famoso, el hermano alfa, el estructurado que se tiene confianza porque conoce ya las llaves para abrir las puertas del éxito en lo profesional, lo personal y en todos los  demás aspectos imaginables de la vida) interpela a su hermano menor para exigirle un concepto y una estructura para ese desastre de documental que el gordito pretende hacer. Y, por supuesto, Tom no lo tiene. No le interesa. Tom debe ser una de las 5 personas en el mundo a las que más a bola le sabe todo lo que tenga que ver con The National. Tom está allí -como un enorme bebé barbudo y barrigón- solamente porque se quiere divertir, quiere encontrar en esa gira todo lo que se supone que se debería conseguir en una gira de una súper banda: drogas, excesos, mujeres, fiestas, desmadres… pero se pasan los meses y pasan las ciudades y pasan los conciertos y nada que aparece ni un ápice de todo eso.  Tom se aburre mortalmente, intenta jugar al director de cine, graba cosas que a nadie importa ni mucho menos conviene, hace unas entrevistas patéticas donde formula las preguntas menos interesantes, las más torpes, las menos indicadas. Y todos los presentes, comenzando por su hermano mayor, comienzan a desesperarse. Más grave aún, se van convenciendo a pasos agigantados de que ha sido un terrible error involucrar a semejante bueno para nada en la aventura. No es que se perdieron esos reales, es que los utilizaron en su contra.

Y así, en una escena tan triste como aquella de la expulsión del Chavo del 8 de la vecindad, cuando le acusan injustamente de ratero, el pobre Tom también es echado de la gira: nadie te quiere, nadie te soporta, te trajimos para darte una oportunidad y la has desperdiciado, te vas ya para la casa de tus padres en Ohio y te metes tu peliculita por tu gordo culo.

Pobre Tom, es increíble cómo las cosas se han confabulado para salirle peor que pésimo. Esto es francamente impeorable.

Pero entonces -porque así son las familias y así funcionan los hermanos- Matt se conmueve algunos meses después al regresar de su exitosísima gira. Llama a su hermanito, le ofrece quedarse en su casa de Brooklyn y convertir el cuarto de juegos de su hermosa hijita (es que además Matt está casado con una rubia linda y tienen una niña preciosa) en una sala de edición para que Tom pueda terminar su película. Y hasta le ofrece un trato imposible de rehusar: antes del último concierto de The National en Nueva York, van a mandar a cerrar el auditorio, invitarán a una muy exclusiva audiencia, harán una premier por todo lo alto del documental.

Sí, seguro que ya se lo imaginan, estaba cantado: falla el proyector, la película no suena, la proyección acaba abruptamente antes de transcurrir los primeros 5 minutos. Y Matt entra en cólera: es que no puede ser, Tom de mierda, que no te hayas ido dos horas antes a revisar que todo estuviera en orden, es que no maduras, no quieres servir para nada, es tu culpa, sí, tu culpa pero porque tú te la has forjado segundo a segundo y torpeza tras torpeza. Tom recibe el regaño recostado sobre la cama y con absoluta resignación y lo único que responde, una vez recibido el aluvión moralizante de su hermano mayor, es: “Bueno, quizás esta sea una oportunidad para repensar mi película”.

Finalmente la película que vemos es el fruto –entrañable, conmovedor y genial- de ese fracaso. No es una película sobre The National, no es una película sobre el gran Matt Berninger, no es ni lejanamente el documental que todos esperábamos ver: es una película sobre la familia, sobre las relaciones fraternales, es una obra a medio camino entre lo cómico, lo angustioso y lo demoledor que significa ser el hermanito raro, el perdedor, el que está condenado a vivir bajo la sombra del otro que siempre ha sido el más grande y perfecto.

Y sí, Matt, tú eres el orgullo de la familia, tú eres la versión mejorada de todo eso que yo no soy ni pude ser, tú te llevaste por goleada todos los talentos y los buenos genes, pero yo tenía un as bajo la manga, algo que me saqué en el tiempo de descuento cuando ya el marcador iba 7 a 0 a tu favor, y te driblé con un túnel, me sacudí la marcación de todos los miembros de The National y de todos los millones de seguidores de la banda en todo el planeta, y entrando al área me hice un autopase de bombita y la rematé de media volea justo al ángulo de la portería. De los goles más insólitos y hermosos que se puedan marcar jamás. Sí, el de la honrilla, pero vaya golazo que me mandé. Me recordarán la vida entera por él. Eso es mi película.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Que historia tan interesante. Hay que ver esa "goleada" de película.