miércoles, 10 de septiembre de 2008

El retorno del Roadie



No son pocos los que ignoran qué diablos es un roadie. Algunos sí lo saben pero de todas formas optan por ignorarlos. Casi nadie se detiene a fijarse en ese sujeto –normalmente greñudo, vestido con franela negra, deshilachadas bermudas de jean, medias sport blancas, botines de cuero y gorra de beisbolista volteada hacia atrás- que se encarga de conectar los cables, probar el sonido, cerciorarse de que cada instrumento esté en su sitio, armar la batería, afinar el piano, marcar el sitio justo donde debe ubicarse el paral del micrófono y los amplificadores. Ese mismo tipo que ha desarrollado una extrañísima habilidad para salir corriendo agachado o para reptar sobre la tarima tratando de pasar desapercibido hasta alcanzarle un nuevo bajo al bajista o resolver a oscuras por qué no le funciona el pedal del delay a la guitarra del líder de la banda. El roadie suele ser también músico, pero un músico confinado al rincón de los asistentes. Pero a veces los roadies se rebelan y pocas cosas son tan fascinantes como esos guiños eventuales en que los Sancho Panza se animan a dar una lección de valentía y caballerosidad a los Quijotes disfrazados del mundo.

Cuenta la cineasta francesa Claire Denis que durante décadas ella se hizo una carrera como asistente de dirección y lo hacía tan bien que llegó a serlo para directores de culto como Wim Wenders o Jim Jarmusch; pero un buen día decidió rebelarse y darse licencia para filmar sus propias historias. En mi canon personal Wenders y Jarmusch gozan de buena ubicación, pero jamás ninguno de ellos ha logrado algo tan sublime como “Vendredi Soir” (Viernes por la noche, 2002, de Claire Denis). Hay, además un detalle curioso en la filmografía de Claire Denis: la música de sus películas corre a cargo de los Tindersticks, una banda inglesa originaria de los bosques de Sherwood –sí, los mismos donde Robin Hood robaba a los ricos para repartir entre los pobres-. Resulta que Denis habla un inglés limitado con fuerte acento francés; mientras que los Tindersticks hablan una cosa impenetrable que por momentos coquetea con el inglés pero que está cargada con los crujidos de la madera centenaria y empapada de toda la humedad de las hojas del bosque aquél de donde vienen. Cada vez que hace una película, Claire Denis se reúne con ellos y les explica -con la debida dificultad de la barrera idiomática- qué tipo de música quiere para su película y los Tindersticks le responden con algo que ella nunca entiende. Al final los Tindersticks terminan haciendo algo que ellos creen que es lo que la directora les ha pedido y Claire Denis acaba sorprendida porque del malentendido ha surgido una banda sonora incluso mejor a la que ella tenía en mente.

Una noche fui a ver a los Tindersticks en concierto. Tocaron bien, fue un concierto digno, impecable en lo técnico; pero le faltó alma. Le faltó eso que García Lorca llamaba con tanto tino “el duende”. Luego de la última canción, cuando se encendieron las luces y la gente -complacida pero no extasiada- comenzó a desocupar el lugar, aparecieron los roadies sobre la tarima y empezaron a desconectarlo todo; fue entonces cuando ocurrió la magia. Uno de ellos se colgó la guitarra, el otro se sentó en el piano y el tercero se hizo con las baquetas de la batería. Y tocaron. Tocaron una cosita de apenas un minuto, lo mejor que sonó en toda la noche. Tocaron en esos 60 segundos lo que en dos horas los Tindersticks no lograron hacer sonar. El público atónito los aplaudió y les celebró la gracia con una risotada. Hicieron los roadies una reverencia, les aseguro que tenían esa misma expresión en ojos y boca que tiene un niño que acaba de hacer una maldad que necesitaba hacer porque se la pedía el estómago.

Mucho me inquieta cómo funciona el canon cultural, qué caprichos insólitos se darán la mano para que una obra sea canonizada mientras otras resultan condenadas al ostracismo. Imagino que durante mucho tiempo fueron grupos de poder los que se atribuyeron esas funciones de separar el grano de la paja, se hicieron cargo del delicioso trabajo sucio de decidir “esto es bueno y se le rendirá pleitesía hoy y mañana” o “esto en cambio no es digno de ser respetado ni recordado”. Seguro que hoy el mercado omnipresente juega una carta fundamental en todo este asunto: “Para que algo sea bueno tiene que vender que jode y punto”. Dado el panorama, la única esperanza radica en el hecho incuestionable de que el canon se mueve; se redimensiona constantemente, su cuestionamiento y replanteamiento son permanentes. Ya sea el canon personal que cada quien se arma con los mejorcito que encuentra en la vía, o el canon cultural que por defecto heredamos para poder pertenecer a una comunidad, siempre el canon es dinámico y se va nutriendo de nuevas cosas al tiempo que se va deslastrando y purgando de lo aquello que ya no le va. Así que confío en que algún día se rebelarán masivamente los roadies y eso creará un impacto brutal que habrá de redefinirnos los cánones de adentro y de los de afuera.

Sí, confiemos en que llegará ese momento algún día y será, además de bueno, sano. Pero sospecho que no será pronto, lejos de eso; corren por el carril rápido y sin frenos estos tiempos que se regodean en una súperproducción y un hiperconsumo de Quijotuchos deplorables y Sanchos aletargados sobre la comodidad de su burro. Por los momentos hay mierda de sobra y para todos. Y vaya cómo vende.


7 comentarios:

Anónimo dijo...

Gran metáfora para hablar de algo que a todos nos angustia y que avisora un futuro que ojalá logremos ver y disfrutar. Salud por la rebelión de los roadies. Ellos sabrán hacerlo mucho mejor

Anónimo dijo...

Chamo, por qué no contaste lo del pedazo de lechuga en los dientes de Claire Denis durante la entrevista. Ese detalle lo hace todo más particular y a ella más humana.
Un abrazo, loco!

Lena yau dijo...

Un poco de poesía de ruptura dentro de tanto gris...los roadies...

Excelente entrada, José, inteligente y necesaria.

Y es que estamos como estamos. Nos dicen que escuchar, quue leer, que mirar. Compro en librerías pequeñas, donde no hay estruendo, donde no hay contaminación visual, no estantes con los más vendidos, con los premios y finalistas de los últimos seis meses.

Me aterra esta seudo cultura deglutida.

Algunos todavía tenemos herramientas...`pero ¿los que vienen?...nuestros hijos, sobrinos...¿las tendrán?...

Yo estoy espantada, aterrada...

Un abrazo

Fedosy Santaella dijo...

Je.

vulcano dijo...

Eres todo un roadie y te rebelas en cada palabra.

Anónimo dijo...

Me encantaron tus "roadies". Alegres, simpáticos y auténticos.Y más valiosos que los protagonistas famosos. Cuántos habrá asi, en el mas absoluto anonimato. Por lo menos estos se manifestaron y lograste evaluarlos. Gracias, interesante como todos tus trabajos,Augusto Anselmi.

Guachafitera dijo...

Me siguen sin gustar los Tinderpalitos.