Me gusta pensar, y esto debe ser consecuencia
de mis genes (producto del cruce de una madre bióloga con un padre escritor),
que los microrrelatos son como pequeños animales; fascinantes, peculiares, entrañables
pero también perturbadores y tóxicos. No les conozco el género ni la especie, a
veces son mamíferos, otras insectos y a veces las dos cosas al mismo tiempo. Tampoco
me atrevería a determinar en cuál centimetraje un microrrelato pierde el prefijo
y pasa a ser un cuento común y corriente. De lo que sí estoy seguro es que el
microrrelato es un híbrido, una mezcla particular de música con narración con
poesía con cómic y con videoclip, y que cumple con la máxima darwiniana
relativa a la adaptación de la especie al medio para su supervivencia. Difícilmente otra forma expresiva es más
exitosa que la minificción para acomodarse a los tiempos que corren, para
moverse al ritmo de nuestras vidas y nuestras ciudades. Ninguna parece tan
atinada ni tan ajustada para el timing de lo que nos está tocando, ver, correr y
vivir. También esa supervivencia del más apto tiene que ver con la procura creciente
por ser esenciales en cada cosa que hacemos o contamos. Si está bien hecho es
como un buen perfume, uno personal, experimental y seductor. Y, por si fuera
poco, esta adaptación al medio pasa también por su adecuación a los formatos
tecnológicos, pues en los nuevos soportes digitales: llámese blog, buzz,
twitter, web page, myspace y demás, la minificción ha encontrado un caldo de
cultivo y un escenario donde se mueve con una naturalidad pasmosa, como si toda
la vida hubiera nadado entre bytes.
Quiero referirme a una anécdota que me
ronda desde que gentilmente me invitaron a participar en este evento. Hace nueve
años, cuando yo era un reportero que cubría festivales de cine, me tocó en
Cannes tener la suerte de sentarme cinco minutos frente a uno de mis
superhéroes personales, el cineasta David Lynch. Cuando me hicieron señas de
que la cámara estaba corriendo y podía iniciar la entrevista, le pregunté a
Lynch que de dónde había salido la idea inicial, la chispa originaria para
concebir Mulholland Drive, la película con la que había venido a participar en
el festival. Lynch, a dos manos, se alisó su gigantesco copete y me respondió:
“Las ideas son como peces, y uno es un simple pescador. De pronto una idea muerde
tu anzuelo y ya no puedes pensar ni hacer nada más. No puedes estar en paz. La
idea lo es todo”.
Creo que la minificción es la forma
literaria donde el pescado que se sirve sobre el plato se parece más al pez que
cayó en la red. Es decir, donde el chef no hace alardes de sus conocimientos
químicos y culinarios para transformar al pescado en otra cosa “que sabe mejor
gracias a mí que sé tanto”, sino que el cocinero se pone al servicio de la idea
original, la respeta, se somete a un ejercicio de autodisciplina donde
prescinde de tanta especie y tanta alquimia con tal de serle fiel a las
esencias. Para utilizar la metáfora de Walter Benjamin, el autor de la
minificción es iluminado -o es víctima- (depende de la benevolencia con que se
mire) de un fogonazo producto del choque fugaz entre el antaño y el ahora, o quizás
por el impacto chispeante que se dispara cuando un estímulo externo entra en
fricción con el universo personal del creador. Ocurre entonces el fogonazo de
la idea, ese relámpago que de pronto aparece y nos desquicia, nos pide que lo
convirtamos en una historia, el pez que muerde el anzuelo y no nos deja en paz
hasta que hagamos algo con él. La pregunta es ¿qué hacer con ese pez? Y en la
minificción las respuestas parecieran decantarse por la austeridad, el
minimalismo, el sagrado principio de que mejor es un color que dos. Que la
mordida del animal sea como la de la serpiente de coral, la mínima superficie
pero con efecto letal. Que la herida luzca pequeña e inofensiva sobre la
epidermis pero que detrás sea profunda y alcance órganos vitales. Ah, y que sea
digno, que supere la prueba del propio juicio que es el más cruel e implacable
de todos.
Puedo garantizar, y aquí me tomaré la
licencia de ponerme el traje de pescador y la caña al hombro, que estas
criaturas fascinantes y peligrosas suelen nadar en la música. Porque la música
es el espacio de los futuribles, de las historias no contadas. Y que cuando una
música nos cautiva y nos pide ponerla a sonar una y otra vez es porque también
nos está pidiendo que hagamos algo con ella. Hay allí, entre ese juego de
melodías, armonías, ruidos y silencios, también un juego de texturas, de
atmósferas, de frases –pronunciadas o no- que brillan un poco más que las
demás; entonces uno no tiene más remedio que intentar traducir esa materia
acústica en verbos, en actos narrativos, en personajes, en monstruos de
palabras. La música es un detonante portentoso, funciona como un catalizador,
causa una reacción que activa en nuestras fórmulas secretas una serie de mecanismos
donde nuestras experiencias, nuestro universo creativo y nuestras
sensibilidades se ponen en movimiento y entran a jugar con el estímulo
acústico. Los microrrelatos vendrían a ser el constructo narrativo que intenta
dar testimonio de esa intersección, que trata de contar sobre ese mundo a
escala que se forma cuando se ponen a funcionar armoniosamente, por medio del
relato, cosas que hasta ahora no tenían conexión. La microficción, para seguir con las
metáforas musicales, es el arte de bailar prodigiosamente pero en una baldosa.
Es el curioso talento de pintar sin salirse de la línea y precisamente por eso
la obra se hace trascendental. Es un
acto de magia donde la literatura logra desbordarse justamente cuando se le exige
la máxima economía y concreción.
Hemingway decía que un buen cuento
tenía que seguir el principio del iceberg, en la superficie del relato sólo se
asoma la punta visible pero el lector competente intuye toda esa masa profunda
de lo que no se ve ni se cuenta. La microficción, bajo esta premisa, sería la
punta de la punta del iceberg, apenas el trozo de hielo que cabe en el vaso corto
de whisky de Hemingway. Y a pesar de que la parte visible apenas tiene
centímetros se sigue adivinando todo el iceberg inmenso que igual flota por debajo.
Les invito en este punto a volver a
pensar en las teorías sobre la supervivencia del más apto de Charles Darwin.
Porque si bien la microficción literaria se adapta, en blanco y negro, sobre su
tradicional soporte de tinta y papel, a los tiempos que corren, y además estas microespecies
han aprendido a nadar maravillosamente en el océano de la red digital, no
podemos perder de vista que los nuestros son también tiempos audiovisuales.
Estamos inmersos en una cultura audiovisual cuyos códigos son, hoy por hoy, los
más prolíferos y de mayor demanda. En este contexto, el microrrelato literario,
se convierte en germen y caldo de cultivo para otras propuestas artísticas y
otros medios expresivos que se valen de las formas de lectura no textual. Es
aquí donde quisiera abordar fugazmente los casos de la microhistorieta y el
filminuto, dos de los hijos con mayor auge y potencial creativo de la
microficción.
La microhistorieta es un género que,
si bien no es nada nuevo, cada vez se hace más prolífero y gana más adeptos en
todo el mundo. La idea, similar a la del humorismo gráfico de magos de la
síntesis como el argentino Quino, es contar una historia compleja y profunda
pero con el mínimo de texto y con apenas unos pocos dibujos o acaso una única
ilustración. Lo importante en la microhistorieta es que el texto, por sí solo,
separado de la imagen, no funciona; como tampoco funcionaría la ilustración de
forma aislada. Es necesaria la interacción, el juego que se establece entre la
lectura textual y la lectura de las imágenes.
"Todo comenzó cuando alguien dejó la ventana abierta"
(Los misterios del Señor Burdick, Chris Van Allsburg)
La relación entre el lenguaje textual
y el pictórico presentes en el microcómic puede ser de tipo complementaria pero
también suele ser paradojal; es decir, las palabras apuntan en un sentido que
no es exactamente el mismo de las imágenes; de ese cruce de sentidos, de esa
tensión de significados, surge entonces una tercera línea de sentido, una
especie de fuera de campo (para utilizar los términos de Barthes) que no ocurre
ni en el texto ni en las imágenes sino exclusivamente en la mente del lector.
En la microhistorieta se pone a rodar,
por medio de imágenes y palabras, un universo que se narra en sus tres actos
dramáticos, donde –con gran ingenio y economía- hay una presentación del
personaje y del conflicto, un desarrollo de ese conflicto, su nudo y su
desenlace. En pocas palabras, hace lo mismo que su madre, la microficción
literaria, lo que pasa es que sus herramientas expresivas y las competencias de
lectura que exigen por parte del receptor involucran también los códigos
visuales y la simulación de movimientos y sonidos.
Exactamente lo mismo que la
microhistorieta, pero haciendo uso de la imagen en movimiento, valiéndose de
los códigos y los géneros cinematográficos y bajo la premisa de no durar más de
60 segundos, los filminutos también vendrían a ser una suerte de microrrelatos
vestidos con ropas audiovisuales. Existen, por supuesto, filminutos de todas
las variedades y especies: videoclips, documentales, experimentales,
dramáticos, épicos, humorísticos, animados. Pero los que sobrecogen a las
audiencias y los que estimulan más a los realizadores a indagar en estos
minúsculos territorios donde el reto es decir mucho con muy poco, son aquellos
filmes que logran contar una historia con todos sus actos dramáticos de rigor pero
sin salirse del lapso estipulado. La intención de estos filminutos
o minimetrajes es que la película pueda causar en el espectador la misma
emoción, la misma reflexión y el mismo impacto que un corto o un largometraje;
aunque la propuesta cinematográfica dure apenas un 1% de lo que durarían sus
hermanos mayores.
Estoy
seguro que la piedra angular para un buen minimetraje tiene que ser una buena
microhistoria convertida en guión a escala. La esencia es la misma, sigue
funcionando la misma teoría del iceberg y la misma mordedura mortífera de la
coral, sólo que en estos casos se juega con los códigos, con las herramientas
expresivas y técnicas y con las posibilidades que ofrece el artefacto cinematográfico.
Les invito a darse una vuelta por
estos dos portales:
Queda ya menos de un minuto. No sólo
aquí se me acaba el tiempo, se me acaba también en la entrevista que con 9 años
de delay vuelvo a sostener con Lynch. El hombre del cronómetro me hace gesto de
que apenas tengo tiempo para una última pregunta. Y como estoy absolutamente
consciente de que la vida no será tan generosa como para sentarme frente a
David Lynch por segunda vez, me lanzo con toda franqueza en una pregunta muy
personal:
Yo: Sr. Lynch… es mi última pregunta… le propongo un
pequeño juego: supongamos que estamos en el año 2060…
Lynch (interrumpiéndome y con expresión cándida): Oh…
estoy entonces muy muy viejo.
Yo (apenado y apurado): No… se supone que ya Usted está
muerto.
Lynch (suspirando): Oh, ahora estoy muy triste.
Nos reímos.
Quedan menos de 10 segundos.
Yo (apresurado por acabar la pregunta): ¿Cómo le gustaría
en ese futuro distante que la gente lo recordase?
Lynch (alisándose el copete enorme, mirando al infinito
con solemnidad): Pues como el director de cine más apuesto de la historia.
La vida me regaló esa breve anécdota
que he querido compartir con ustedes y que les juro tiene muy poco de
minificción, digamos que es, más bien, un microdocumental. Realmente yo no fui el autor sino que otro
tuvo el gestazo de escribírmela para poderla contar. Como tantas otras
historias que uno jura que ha escrito pero la verdad es que no.
José
Urriola C.
Caracas,
marzo 2010.
Este
texto fue elaborado para el Segundo encuentro de minificción de la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, marzo 2010.
2 comentarios:
¡Macrotrabajo de microficción! Felicitaciones. Toda una clase magistral, no sólo para especialistas en cine.
Esta humilde lectora la ha disfrutado y comprendido por la claridad, sencillez e ilustraciones. Impactante la despedida con el Director;cierre mágico y emotivo, tan característico en el estilo Urriola.
:O
osea que todo este tiempo he estado haciendo microhistorietas?!?
Está bueno el dato ^^
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