Tantas vueltas que ha dado este mundo y tanta
agua pasada bajo el puente y Marshall McLuhan sigue teniendo razón: los medios
no son otras cosas que extensiones del cuerpo humano. Las redes sociales
acabaron por convertirse en una extraña prolongación de nuestro mundo y nuestra
humanidad, una suerte de mundo paralelo habitado por nuestros avatares (a veces
tan parecidos a nosotros mismos, a veces tan otra cosa más bien similar a la
proyección de lo que desearíamos ser o de eso que quisiéramos lograr convencer
que somos a los demás).
No sé si será también una especie de
influencia que se nos devuelve a contrapelo desde el mundo de los videojuegos.
Tal vez nos hemos acostumbrado más de la cuenta a crear avatares, a
identificarnos con nuestras criaturas virtuales; sobrevivimos y luchamos en ese
mundo-juego y cuando regresamos a esta Tierra ya no estamos claros si somos
personas de a pie o seguimos disfrazados jurándonos todavía ser el avatar.
Mi amigo Israel Centeno me comentó hace un
tiempo una teoría que para nada me resultó descabellada: así como existen
psicópatas, acomplejados y malandros en la vida real, pues también existen
psicópatas del Facebook, neuróticos del Twitter y malandros de blog. El que es
un neurasténico en estos lados de la existencia lo puede ser perfectamente también
en los ámbitos de la Red. Aunque no todos son tan congruentes, pues se ha
evidenciado también la proliferación de una raza peculiar de quienes se
comportan como damas y caballeros en el ámbito de la cotidianidad pero
aprovechan el camuflaje que les da el nuevo medio tecnológico (tan próximo al
avatar y/o al anonimato) para darle rienda suelta al guerrillero, al Troll, al
camorrero virtual que llevan reprimidos por dentro.
Las peleítas, la amargura a juro impostada (“miren
qué inteligente, qué interesante que soy, ahora me van a escuchar porque vengo
a desnudarles la cruda verdad en la cara a ustedes que son una cuerda de
ignorantes, sumidos en una falsa felicidad y que necesitan que venga yo a
dictarles cátedra”), las rencillas de verduleras cibernéticas por quítame esta
pajita, el zancadilleo y el saboteo parecieran estar a la orden del día. Y
ahora más que nunca -disparado exponencialmente al infinito- desde que tenemos como
extensiones de nuestras humanidades a blogs, Twitters y perfiles del Facebook.
Hace unos días Salvador Fleján comentaba a
manera de chiste un dardo no exento de verdad: “Discutir por Facebook es como
engancharse en una pelea con un borracho”. Lo suscribo. Creo que ponerse a
intercambiar golpes virtuales por las redes sociales es algo inútil que incluso
roza en lo patético. Estoy de acuerdo, claro que sí, en que se plantee eventualmente
una discusión amistosa, un intercambio bien argumentado de opiniones,
reflexiones y pareceres; pero cuando la cosa cae en el insulto, en un toma y
dame donde ya no se debaten las ideas sino los egos de los peleones, en un
cambalache de necedades, pues apelaría a ese concepto que maneja Javier Cercas
en Anatomía de un instante: se nos
suele olvidar que existen los héroes de la retirada. El héroe silencioso y de
bajo perfil que con sabiduría y talante sabe renunciar a una batalla signada
por la esterilidad o la estupidez: yo me abro, señores, esta no es mi batalla
ni mi momento para librarla, yo prefiero aprovechar mi oportunidad y mi derecho
a permanecer callado, me voy a otras cosas que considero más dignas (y se
pueden quedar peleando solos).
He llegado a pensar que el camorrerismo
virtual se acaba pareciendo también un montón a esa gente que va a una
reunioncita que se organiza en casa de un amigo y acaban enfrascados en una
pelea. El momento amistoso queda convertido en un reguero de vasos rotos,
pedazos de torta pegados a la alfombra y manchones de quién sabe qué cosa aplastados
contra las paredes. Se acabó la fiesta. Para la próxima ya sabemos que no
podemos invitar a fulano y a mengano, porque definitivamente no se saben
controlar.
Mi padre me comentaba que en Irlanda, a la
salida de los bares, ocurrían unas fenomenales peleas colectivas. Las iniciaban
dos quienes -luego de varias Guinness- se citaban afuera para dirimir a puño
limpio las diferencias de una discusión exageradamente acalorada. Y los demás
simplemente se acercaban a preguntar: “¿Esta es una pelea privada o se puede
participar?”. Una vez otorgado el consentimiento de los dos combatientes
originarios entonces la cosa se hacía colectiva e incluso amistosa. Cuando
manaba la sangre o cuando alguno de los contendientes levantaba las manos en
gesto de “no más” se acababa la pelea y hasta se ofrecían unos a otros sus
pañuelos o toallas con hielo para paliar la hinchazón. Creo que es una
alternativa que los peleones virtuales deberían considerar. Cítense en las
afueras de un bar e inviten a quienes se quieran sumar para darse golpes de los
de verdad, como caballeros en una justa.
Tengo entendido también, como segunda opción a
barajar por los camorreros online, que en varias partes del mundo se están
organizando eventos de poetas y narradores
boxeadores. Los contendientes –debidamente apertrechados como los
boxeadores amateurs de las Olimpiadas- se leen un poema y se replican con un
microrrelato en el primer round. En el segundo se van a las manos. En el
tercero más poesía y más cuentos. En el cuarto salen dispuestos a propinar un
KO. Y así van alternando la poesía, la narrativa y la coñaza hasta que alguno de
los dos tira la toalla. Me dicen los que
han participado que son de una catarsis prodigiosa estos pugilismos poéticos y
que, inclusive, han nacido de ellos amistades formidables entre rivales que
antes se la pasaban lanzándose puntas por Internet.
5 comentarios:
fight clubs de hombres de letras... bueno al menos la señora esposa tendra una idea de que andabas haciendo si llegas todo magullado y de madrugada a la casa.
Me encantó. Además, gracias a este post -gracias a ti- descubro que esta semana fui, no una, sino dos veces, heroína de la retirada. Qué hermosura.
Me hiciste recordar el caso de una amiga ofendidísima porque en sus fotos de facebook, la dama aparecia "vieja y gorda", según comentario imprudente de otro personaje de la red.
Te imaginarás, motivo suficiente para toda una batalla digital ;tal vez con mayor energía y pasión, que la de los boxeadores de los bares de Irlanda, ja,ja.
Bróder, yo me temo que tu señor padre participó en una de esas contiendas. Ahí tan atildado como de seguro fue y como lo recuerdas, lo más probable es que no haya perdido la oportunidad de fajarse a coñazos en una de esas reyertas de bebedores de Guiness.
Tu viejo sabía de lo que hablaba.
Buen día por estos lares!
Me encanto este post :)
Hace poco leí una frase de esas que (probablemente tú ya conozcas, jajaja) te hacen sonreír y optar por el silencio oportuno:
"The problem with de closed-minded people is that their mouth is always opened".
Un abrazo y te sigo leyendo, aunque practicamente ya no comenté ;)
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